martes, 2 de diciembre de 2008

SOBRE HISTORIA, MEMORIA Y OTRAS YERBAS, por Luis Mattini

No creo recordar en mi, ya larga vida política, un momento como éste en que las palabras historia y memoria hayan sido más repetidas, casi manoseadas y a la vez tanto un significado como otro, más ignorado, o al menos tergiversado.

Por ahí oí que uno de los grandes poetas argentinos, Gelman creo, propone un Congreso de la Memoria o algo por el estilo. Otras noticias hablan de una lectura jurídica de la memoria o de la historia. Algo de eso hace ese Señor Juez español, a quien no se le puede quitar ninguno de sus méritos cuando juzgó a Pinochet, pero que ahora quiere hacer un juicio al Golpe de Estado de Franco que desencadenó la Guerra Civil Española.


Cabe preguntarse si los “juicios” de la historia pueden ser jurídicos, valga la redundancia. También se podría afirmar que la historia es “eterna” por así decir, ya que no conocemos su comienzo y menos aún cómo fue; en cambio el Derecho, al menos ese que conocemos, tuvo un inicio y, según la creencia que compartimos los comunistas hormonales, desaparecerá cuando se extinga la propiedad privada y el Estado.

Tampoco parece adecuado juzgar a la historia con el Código Penal vigente. En este sentido es posible observar que Nuremberg, más allá de sus tremendas limitaciones, a diferencia de lo ocurrido en España, Argentina, Chile y otros países, podría decirse que juzgó y legisló al mismo tiempo. O sea los miembros del tribunal fueron jueces y parte. Una aberración jurídica desde el punto de vista del Derecho. Pero claro, el tribunal se encontró ante un hecho en apariencia inédito. A diferencia de los crímenes coloniales realizados por holandeses, ingleses, franceses españoles, portugueses, italianos, en Africa, Asia o América, contra pueblos no europeos considerados incivilizados, bárbaros o salvajes, la bota nazi se había atrevido a intentar aplastar a la civilizada raza blanca europea. Esa fue la peculiaridad de Nuremberg, juzgó a la raza blanca alemana por crímenes de guerra desde ángulos que excedieron lo experimentado jurídicamente hasta ese momento, por ejemplo, tratar el racismo como crimen. Y, en efecto, el racismo sólo fue considerado crimen cuando se volvió contra los blancos. Por eso la limitación principal de Nuremberg fue que juzgó sólo a alemanes y algún aliado de los nazis. El resto de los racistas europeos quedaron impunes. Al menos semejante tribunal debería haber sentado lo que se llama jurisprudencia, pero no fue así, porque que yo sepa, no ocurrió lo mismo con los posteriores crímenes franceses en Argelia o los crímenes estadounidenses en Hiroshima, Nagasaki , Vietnam o Irán, sin olvidar los crímenes soviéticos en Polonia y otros.


Convengamos entonces que es ridículo pretender revisar los procesos históricos y políticos con el Código Penal de cada país. Si así lo hiciéramos nos llevaríamos más de una sorpresa. Baste recordar que al libertario judío Jesús, lo juzgó la “burguesía nacional” judía, con su propio código, por subversivo y el Imperio sólo se “lavó las manos”. Es posible razonar entonces que Jesús sintió que para derrotar al imperio Romano había que empezar por subvertir su propio pueblo. Así el cristianismo es el resultado de una formidable subversión del judaísmo. Ya veremos como esta parábola se repite en forma microscópica, claro, en la Argentina de los setenta.

Para ello conviene, dejar de lado el Derecho y hablar de historia y de memoria porque esa palabra está de moda. Tengo para mí que a los argentinos nos pasa algo extraño con ese asunto de la memoria. Porque comprendo y apruebo la importancia de la memoria del genocidio judío, perpetrado por los nazis, ya condenados por suerte mucho más allá del Derecho Penal. El pueblo judío ha conservado la memoria de su victimización como pueblo, como etnia, como cultura, como lengua, religión. Hicieras lo que hicieras o no hicieras, desde recién nacido hasta anciano, serías víctima porque eras judío. Ese extremo irracionalismo es con toda precisión genocidio, porque el “crimen penado” es pertenecer a un pueblo.


Pero en la Argentina no fue así.

En la Argentina no eras víctima porque fueras argentino, católico, judío o musulmán. Ni siquiera eras demasiado víctima por ser “comunista”. Recuérdese que el Partido Comunista no fue ilegalizado durante la dictadura. Sus dirigentes no fueron detenidos ni exiliados. Los militantes del partido comunista desaparecidos son muy pocos y en todos los casos porque eran muy activos en la lucha social o porque se solidarizaron con revolucionarios.

Por eso es que, en nuestro caso, la palabra genocidio sólo puede ser usada como metáfora, en el sentido de perseguir a un grupo humano por sus “creencias”; y tiene más connotación histórica, referente al exterminio de los aborígenes que a la lucha de los setentas.

Ni siquiera fuimos víctimas de un enemigo externo. Recuerdo que ese gran compañero de mis tiempos de Praxis, abogado, Aldo Comoto me comentó un día: “En Argentina la burguesía es una clase que asesina a sus propios hijos”. Elocuente como siempre Aldo, en esa oportunidad dijo algo fuerte. Parecería más apropiado hablar entonces de filicidio.

También es posible observar que la clase ilustrada de nuestro país, tan apresurada para recoger palabras difíciles, sobre todo tan proclive al signo lingüístico anglo sajón, no adoptó esta precisa palabra heredada del latín, “filicidio” que se corresponde sin duda mucho más que las otras injertadas de los discursos en el ámbito internacional. En Argentina hubo, si señores, un filicidio. Además el filicidio y el parricidio simbólico es corriente en este país. Baste con leer la novela de Sigal, “El día que maté a mi padre”


Tratemos entonces de ver cómo podría ser nuestra “memoria”.

Pienso que no se puede hablar de memoria, y con este tipo de fragilidades, si no vemos la historia.

Claro, se puede decir que en la Argentina lo que sobra es historia, mejor dicho historiadores…sobre todo cultores del llamado “revisionismo” (Esos feriantes de textos sobre historia que saludan alborozados cuando alguien arroja bombitas de bleque o de pintura a los bustos de Sarmiento, Mitre o Roca. Parecen creer que revisionismo histórico y revolucionarios históricos son sinónimos) Pésimos discípulos de Hugo Wast, —seudónimo de Gustavo Martínez Zuviría aquel escritor revisionista enfermo de antisemitismo quien, eso sí, amaba paternalmente a los indígenas, a los “mansos” claro—, no caen en cuenta que mientras ellos ponen toda la energía en empujar para voltear el monumento al General Roca aquí, en Buenos Aires, los aborígenes vivos, reales, actuales, no "históricos", sufren el genocidio en este momento, a manos de los sojeros o de algunos gobernadores de provincias. Por eso hay cierta verdad en eso de que sobran historiadores, pero estamos hablando de hechos que son contemporáneos, y usamos provisoriamente la palabra historia, solo por comodidad. Además, si nos proponemos hablar en serio, contamos también con magníficos historiadores que hacen escuela y en un futuro se ocuparán con calidad profesional de estos hechos.


Lo que quiero significar ahora es que los hechos son tan contemporáneos que todavía hay cientos de protagonistas a los que deberíamos escuchar, como escuchamos esa cantinela de los pasivos testigos de la época, que están de moda impulsados por los adulones interesados de siempre, y ahora directamente pagados por el gobierno, y que se van apropiado de esa historia. Porque claro, pareciera que el hecho de no haber cometido errores, les da derecho a aceptar que bauticen con sus nombres ciertas instituciones “populares” y al monopolio de la palabra. Y no sé si es necesario aclarar que no cometieron errores porque actuaron siempre desde el balcón.


Como yo soy uno de esos protagonistas, y a pesar de que como tal cometí muchos errores, o por eso mismo, voy a tirar la primera piedra. Pero insisto, hay varios miles de protagonistas que pueden tirar andanadas de piedras. Veamos entonces:

Le guste o no le guste a más de uno, sobre todo a los que llegaron tarde, en la Argentina de los sesenta-setenta hubo un movimiento revolucionario. Y lo digo con todas las letras, r-e-v-o-l-u-c-i-o-n-a-r-i-o. Pero aclaremos: no lo fue por sus doctrinas, que eran diversas y las más de la veces difusas, sino porque su mayor virtud fue la decisión del hacer, no de “mandar a hacer” o “pedir que se haga”, no de vivir con petitorios, no de reclamar a otros, no de pedigüeñar al Estado, sino del hacer, de tomar en manos propias los asuntos políticos y sociales y, claro, también de intentar tomar el poder con sus manos porque lo creíamos necesario. Todo eso conforma lo revolucionario, hechos, no programas en el papel ni ideologías borrachas de palabras. Hechos, los “setentas” fueron hechos. Podemos admitir que esos hechos a veces intentaban ser explicados con largos discursos, para que la trascendencia de la oralidad justificara la inmanencia del accionar. Pero no dejaban de ser hechos.

A ellos, a esos que no realizaban una marcha todos los días, financiada con recursos estatales, para pedirle al Estado que haga tal cosa, sino que se organizaban para hacer, con recursos financieros propios (legales o “ilegales” porque nunca se creyeron en el “estado de derecho”); a ellos, que no confundían el Estado con el socialismo, a ellos que no marchaban con banderitas con imágenes del Che como si fueran a catecismo, para colmo “nacional o popular”, sino que llevaban la bandera con la estrella roja de cinco puntas, cada una uno de los cinco continentes, simbolizando la desaparición de las naciones, el Estado y los caudillos de derecha o izquierda; a ellos que imaginaban en cientos de detalles como sería el soñado socialismo, desde como serian las viviendas, la forma de reunirse a comer, de vestirse, trabajar, y de la inconmensurable libertad para el arte, las formas del amor, en fin, a ellos, que hicieron de la militancia una forma de vida, una manera de vivir existencialista que ya contenía embrionariamente el comunismo; a ellos que la sufrían y la gozaban; no a los testigos que la miraban de afuera cuidando no ser salpicados, a ellos, digo, a los protagonistas sobrevivientes, se les puede preguntar por qué creen que fueron reprimidos de esa forma atroz con la institucionalización de la desaparición forzada de miles de activistas.


También a ellos se les podría preguntar cómo sienten este tratamiento jurídico y explicaciones de irracional institucionalidad a tamaña represión a esa enorme riqueza de sueños y proyectos políticos sociales.

Porque, en efecto, uno de ellos, de los protagonistas, el escritor Caparrós, afirmó hace poco que banalizar los hechos, –yo agrego demonizar a los actores–, de modo tal que decir que una banda de demonios uniformados reprimieron con bestialidad, secuestraron y desparecieron a grupos de chicas y muchachos, vírgenes e inocentes, que sólo pedían ciertas mejoras económicas o sociales, ignorando sus proyectos de sociedad, es hacerlos desaparecer de nuevo.

Entonces no es ocioso preguntarse de qué “memoria” se habla. Quizás se trata de conservar la memoria de las desapariciones. En tal caso sería como encerrar la vida de esas personas bajo la categoría de “desaparecidos”. No puedo evitar pensar en mi hermano Rodolfo, además de compañero, militante del PRT, combatiente del ERP, sindicalista, de tan chispeante humor y plenitud de vida, que cuando veía una gran obra privada, un gran hotel por ejemplo, digo, esas construcciones de lujo para usos superfluos que hoy admiran los yuppies en Puerto Madero, él decía, “Fa!! Que lindo, qué maravilla!!! Cómo van a llorar cuando se lo expropiemos para hacer un hospital de niños”. Pienso que ponerlo en la memoria como “desaparecido” es negarle esa potencia creadora. Como dice Caparrós, es desaparecerlo definitivamente. Así planteada la memoria es, en el fondo admitir la derrota más absoluta. Sería memoria de la derrota. (La única virtud de la derrota es que es la madre de la victoria) pero entonces no es cuestión de memoria sino de recordar hechos con motivos pedagógicos, es decir para aprender de los mismos.


No, la memoria no puede ser una lista de nombres con la categoría de “desaparecidos” palabra que pareciera reemplazar al ataúd. La memoria sobre hechos que ya están siendo historia, no es ni esa lista macabra, ni los textos de programas ni los bla, bla de la época: La memoria no puede ser la trascendencia de esas listas, esos programas, esas ampulosas declaraciones, esas teorías, esas doctrinas, cada una válida o no, según época y sólo atendibles, recopilables, rescatables para análisis racionales y estudios específicos. No, no, de ninguna manera, la memoria deberá recopilar el recuerdo vivo de cada uno de ellos en la inmanencia de sus actos, en su “hacer”, en sus pasiones, en sus “locuras”, en sus sueños imposibles. Porque esa es su herencia viva, no “desaparecida”, porque lo fundamental de esa época, insisto, fue la inmanencia, la acción, el hacer. Y convengamos que “el hacer” es la carencia mayor de nuestros días.


Precisemos señores: el Terrorismo de Estado fue incalificablemente nefasto y el método de la desaparición de personas espantosamente criminal. Pero no fue “irracional”, logró al menos parte de un propósito inesperado de lo pensado racionalmente, y sin embargo eficaz como objetivo reaccionario. Logró que durante décadas posteriores a la dictadura, incluso con gobiernos diversos, todo “programa”, toda acción “revolucionaria”, qué va!, incluso “reformista”, estuviera atravesada por los “desaparecidos”, por explicar perseguir y buscar “justicia” con los desaparecedores, sea ésta la cárcel o el paredón. Pero no por la decisión de hacer justicia, sino de “pedir” justicia, Así se consagró un tipo de activismo caracterizado por haber reemplazado “el hacer” por el pedir. O sea, esa “izquierda” o ese “progresismo” centró la actividad política, los programas y las acciones, no en continuar, incluso renovar, recrear, la obra de los desaparecidos, sino en su “culto”. No se dedicó tanto a pelear la justicia social como habían hecho ellos, sino a pedir justicia con el destino de ellos.

Y en esa notable deformación de objetivos, es impresionante como este activismo aprendió la regla de oro de la democracia preñada de sindicalismo: (los viejos recordarán la expresión traída de la experiencia de la clase obrera inglesa: tradeunionismo): ejercer el derecho al reclamo, a la petición, a ser “escuchados”. El método de lucha política excluyente es hoy el electoral y su complemento, el método de lucha social casi excluyente es la marcha tradicionalmente tradeunionista, la gran fanfarria, matizado con el corte de calles. Esta fuerte combinación es tan funcional al sistema político actual que el Estado ha creado los instrumentos para incentivar o contrarrestar, según convenga en cada caso. Es notable como el gobierno, al apropiarse y declamar el sentido trascendente de la lucha de los setentas, el sueño de lo imposible, o sea lo épico, espectacular, inalcanzable incentivando e institucionalizando la memoria de los desaparecidos como tales, como desaparecidos y el “castigo” a los culpables, sólo a los uniformados, claro, sin incluir a los responsables civiles del Terrorismo de Estado, logró anular el recuerdo de la inmanencia, la presencia de aquel potente cotidiano, posible, alcanzable, concreto “hacer”, que fue el rasgo distintivo del guevarismo y la causa de fondo de la respuesta filicida y terrorista de las FF.AA. como instrumento de la clase dominante nacional en su conjunto. Qué “coincidencia”....el Imperio, como Poncio Pilatos hace dos mil y pico de años, se lavó las manos.

jueves, 21 de agosto de 2008

Las diversas formas de demoler

La historia de los métodos de dominación para aplastar y demoler la lucha emancipatoria de los dominados es rica en variantes no siempre recordadas por los historiadores, o al menos por la memoria. Se recuerda con agudeza y franco dolor la derrotas brutales, sangrientas, con muchos muertos y de dolores vivos, como la Comuna de Paris, la Guerra civil Española, la revolución alemana, el Golpe del 55, el asesinato del Che o Salvador Allende, etc.

En cambio suelen olvidarse, o al menos recordarse con nostalgia, las revoluciones “traicionadas” como la Revolución Mexicana, la Revolución Rusa, la China, la de Nicaragua y…bueno, en realidad la inmensa mayoría de las que “triunfaron” en el sentido que habían logrado tomar el poder. Cierto es que, por lo general, en todos estos casos hay indignación y polémica, empezando por la revolución bolchevique, de donde tomé prestada la expresión “revolución traicionada”, de la boca de uno de sus hacedores: León Trotsky.

Pero existen más variantes de derrotas. Ahora me ocuparé de esta que estamos sufriendo los argentinos, y que más allá del dolor, de la indignación, nos produce una tremenda tristeza. Y esto es lo grave, porque el dolor y la indignación suelen ser estimulantes para la lucha, en cambio la tristeza en un conocido factor paralizante. Es nuestro caso, claro, no es el único, con un poquito que incursionemos veremos que parecería estar vastamente extendido por el mundo. Y también apuntemos que es imprescindible transformar la tristeza en indignación, en sentir como propia la bofetada en la mejilla del otro, como punto de partida guevarista para la acción.

Pero antes de continuar, recordemos que la parte más feliz de la acción revolucionaria no ha sido “la toma del poder”, sino el proceso hacia tal fin. Como decía Don Quijote, lo importante es el camino, no la posada. Este concepto es el que me llevó a afirmar en diversas oportunidades que aquellos años fueron los más felices de nuestras vidas, porque éramos libres a pesar de vivir bajo dictaduras o sistema de “estado policial”. Éramos libres porque supimos superar el lugar de “victimas”.

Esta afirmación que molestó a más de uno, es compartida sin embargo, por decenas de compañeros que han sobrevivido, incluso muchos con largos años de prisión y otros con exilios. Se niegan enfáticamente a ser considerados “victimas”. Pero eso no significa perder de vista que tal afirmación es desconocida o no compartida, por un lado por nuestros hijos, que en muchos casos eran niños que lo sufrieron, otros más pequeños que no conocieron a sus padres hoy desaparecidos; y por otro lado por nuestros ascendientes, aquellas madres y padres que no militaban en nuestras organizaciones. Tanto unos como otros sí pueden ser considerados víctimas.

Por esas razones, unos y otros, hoy organizados en Madres de Plaza de Mayo, H.I.J.O.S., Abuelas y otros Organismos, no conocían en rigor cuál era nuestro ideario. Los hechos demuestran que hoy lo conocen con extrema vaguedad y con harta frecuencia asombrosamente distorsionados, o con diversos huecos, llenados con naturalidad por la imaginación. A ello se agrega que los protagonistas sobrevivientes, tanto los ex presos como los ex exiliados externos e internos, no siempre hemos sabido defender esa historia, por razones que no es dable tratar aquí.

Ese vacío que dejamos fue ocupado rápidamente durante las primeras dos décadas inmediatas a la restauración Institucional, por la mayoría de la llamada izquierda tradicional, aquella que después de la aberrante Unión Democrática de los años cuarenta, y haber saludado a la “revolución libertadora” en 1955, descubrió el “ser nacional” en el peronismo y, más papista que el Papa, se vistió de peronista en los años sesenta. El problema es que no era peronista, nunca pudo tener su autenticidad, sólo adquirió sus ropajes en forma de farsa. Después de la retirada de la dictadura, con los restos de los revolucionarios dispersos, y el peronismo algo maltrecho, esta vieja izquierda creyó que había llegado su hora. Parafraseando la frase hecha digamos que la tragedia se había transformado en farsa.

Era la misma farsa de su discurso revolucionario, o lo que es lo mismo, guevarista. Esa izquierda, que se apropió de una historia que no le pertenece, en los años sesenta y setenta había acusado a Ernesto Guevara de “aventurero”, y a nosotros, los autollamados setentistas porque involucra diversas identidades políticas, de “pequeña burguesía desesperada”, cuando no de agentes de la CIA. Si tiene duda de lo que aquí afirmo, revise los archivos periodísticos y documentales.

Como digo, se apropió de esa historia durante los primeros años post dictadura. Es curioso que, mientras tanto, la clase dominante manejaba la teoría de los dos demonios para asegurar la derrota de los revolucionarios de los setenta. Sin embargo, pese a toda la machaca puesta allí, no logró su cometido, poco a poco se fue desarmando esa teoría. Hay que decir que eso fue obra en particular de las organizaciones Madres y Abuelas y los organismos de derechos humanos, quienes hasta entonces no habían podido ser comprados ni silenciados. Algunos protagonistas de la época y también investigadores serios, también pusimos nuestro granito de arena mediante artículos, conferencias y libros.

Sin embargo, después de la calamitosa caída de la Alianza, con interludio de Duhalde, surgió Kirchner quien tuvo una curiosa habilidad: con un decreto realizó el programa de la Izquierda Unida, agilizando los juicios a los criminales de guerra. Téngase en cuenta que en la lucha contra la teoría de los dos demonios, se fue conformando la idea de que los ideales setentistas, los programas por los cuales dejaron su vida, consistían en el restablecimiento del Estado de Derecho y los consecuentes juicios a los militares. En eso consistía al programa de la Izquierda Unida, cuya consigna más difundida y agitada por la candidata a presidenta era “Cárcel a los genocidas”.

Por allí fue por donde el ex presidente Kirchner supo encontrar el precio de la jefa de Madres de Plaza de Mayo. Kirchner, a diferencia de Menem, no debe de haber leído a Sócrates, pero seguro que conocía aquella anécdota que cuenta que el invasor de Atenas quiso comprar al filósofo, para lograr su complicidad y le dijo: “Todo hombre tiene su precio” y para su sorpresa. Sócrates le contestó que sí, que él también tenia el suyo. Y cuando el otro regocijado le preguntó cuál era, el filósofo respondió: “La libertad de Atenas.” La anécdota me inspira cierta asociación para intentar explicar lo inexplicable, o sea el grado de credibilidad que se le dio a Kirchner: es probable que la Jefa de Madres le dijera al ex presidente que su precio era la realización del programa social por el que habían luchado sus hijos, los jóvenes del los setenta, y Kirchner, puso enormes energías y voluntad en acelerar los juicios. De allí la única explicación a esa frase que quedó dando vueltas en el mundo “nuestros hijos están en el Gobierno”

Pero esto no es una genialidad de Kirchner. No es que Alfonsín, Menem o De la Rúa no se “avivaron”. Esto fue posible porque la política y la cultura pasan por un proceso de degradación de una gravedad nunca vista. Dicho de otra manera, se puede comprar semejantes baratijas, como decir que el actual gobierno lleva adelante el ideario de los setentistas, porque la historia nacional no recuerda semejante degradación de la cultura. Insisto: la consigna central de la Izquierda Unida era: “cárcel a los genocidas”. Hoy Menéndez ha sido condenado a cadena perpetua y eso está muy bien, claro, no más generales asesinos...pero los indígenas del Chaco están muriendo de desnutrición como consecuencia del afianzamiento de un modelo productivo asesino que inició Menem, continuó la Alianza, luego Kirchner y no hay señales que la actual presidenta lo modifique. Y ese modelo productivo está apoyado por el grueso del progresismo, que sigue soñando con el progreso como modo de emancipación. Ese modelo productivo que obedece a la etapa superior del capitalismo, ahora definitivamente en casa, está sostenido desde el punto de vista del “consenso” por la clase ilustrada, que acusa de todos nuestros males a una vilipendiada “clase media”. Sería bueno que esta clase ilustrada que no se percata de que es clase media ella misma, leyera “La rebelión de las Masas” de Ortega y Gasset.

Porque, por supuesto, es obvio que antes las clases dominantes manipularon la educación a su conveniencia y así teníamos la historia “mitrista”, la historia del despotismo ilustrado. Con todo dentro de esas líneas, por un lado había cierta mínima seriedad y cierta creatividad (Por más que le fastidie a Norberto Galazzo, el Che llevaba en su mochila “Las guerras de las Republiquetas”, ah y casi me olvido, ese libro, escrito por el oligarca Mitre, también recomendado por Santucho, –no para escribir la historia sino para hacerla–, fue prohibido por la dictadura de Videla) Si, como lo escuchó, se prohibió un libro de Bartolomé Mitre!

Por otro lado siempre hubo, pese a todo, pensadores y escritores subversivos. Claro eran tan “subversivos” que fueron también rechazados por la “izquierda” o por el “nacionalismo popular”. Caso típico fue Luis Franco quien afirmó en 1962 que un Nuremberg de los pueblos hubiera fusilado a los cuatro: Hitler, Roosevelt, Churchill y Stalin por criminales de guerra.

El problema es que a aquel despotismo ilustrado que ayer dominaba el sistema educativo y la industria editorial, hoy le compite con ventaja una especie de “vaquerismo ilustrado”. O sea “ilustrados” que no usan corbata sino vaqueros como forma de no ser “oligarcas”, pero que ni siquiera llegan a cierta creatividad de aquel “alpargatas sí, libro no” o a colgar a Jesús y Beethoven como en la “revolución cultural” en China, porque en tal caso se hubieran vestido de bombachas y hoy seríamos una potencia capitalista como la patria de Mao.

Estos “ilustrados”, son muchos, un producto indeseado de la “democratización” de las Universidad, y hoy han invadido, por un lado el gobierno y por otro una insospechada penetración en los medios masivos, Clarín, P12, Crítica, Perfil, puf, etc...las “Universidades Alternativas”, ni hablar de los panfletos de “izquierda”, Radio Nacional, Canal 7, diversas radios, en fin donde populan los ilustres que bien podrían llamarse “Intelectuales a la Carta”, muchos de los cuales en estos momentos, sueñan con ser montoneros resistiendo a un golpe de Estado y parecen creer en serio que existe una burguesía nacional.

Las clases dominantes, en tanto, ya no disputan los ámbitos universitarios como lo hizo en la época del despotismo ilustrado, no de ninguna manera, se encontraron que el trabajo de este “vaquerismo ilustrado” es mucho más eficaz. La clase dominante hegemónica, la que no guarda nostalgias de una refinada cultura “oligárquica” en el diario La Nación, la que protagoniza el Imperio en forma de agro negocios, agroindustria, automotrices y todos sus etc., parece ver con claridad que una buena manera de mantener la dominación, es precisamente con esta formidable, inédita denigración de la política y de la cultura. Olvídese de la “oligarquía” o el despotismo ilustrado... en todo caso ellos mantienen sus reservas en La Nación.

Porque señores: una cosa no resiste la mínima lógica: los políticos tan vilipendiados como responsables de los males actuales del mundo, no salen, como en otras épocas, ni de las instituciones armadas o religiosas, ni de las logias especiales, ni siquiera en forma importante de las empresarias, salen de la universidad, o bien están rodeados de universitarios, porque de algo tienen que trabajar la masa de graduados. Algunos todavía del sindicalismo, particularmente de la parte de los trabajadores no manuales. Si reflexionamos a fondo sobre este indiscutible hecho, quizás empecemos a pensar en la necesidad, no ya de una “reforma” Universitaria como la gloriosa del 18, sino una profunda revolución universitaria, que empiece por cuestionar a fondo el modo de conocer.

Una cosa queda clara: el capitalismo ha alcanzado la hegemonía total, tal cual lo previera Karl Marx y con ello el punto de madurez para su superación. Reivindicamos las grandes batallas revolucionarias, con emoción y gratitud a quienes nos precedieron, a pesar de las derrotas. Las derrotas nunca son definitivas porque incluso la libertad está en la lucha, en la rebeldía. Pero la derrota más profunda ha sido cultural. La actual denigración de la política y la cultura lleva la marca del triunfo capitalista y está expresada en esta impostura y en estos vaqueristas ilustrados.

Por suerte pareciera olerse en el aire que se avecina un nuevo ciclo de luchas, quizás como dice mi editor, un nuevo ciclo de treinta años. Es de esperar que esta vez no olvidemos una lección esencial del Che “elegir el terreno de lucha”. Tal como hicimos en los setentas huyamos de los comités, de los “locales”, de las universidades, incluidas las llamadas “alternativas”. (Digo huir en sentido político, no del empleo con el que nos ganamos la vida, docente, periodista, albañil, colectivero, o lo que sea, y que a veces nos seduce haciéndonos creer que desde allí hacemos la revolución) Si logramos superar la fascinación por el terreno con el que busca y logra seducirnos la clase dominante, no sólo el parlamento, sino esencialmente las academias, la universidad y los medios de comunicación, los sindicatos, podremos entender por fin que ni la política ni la cultura emancipatoria está en esos ámbitos; la política y la cultura está en otra parte: descubrir dónde es esa “otra parte”, es haber asimilado en profundidad la herencia del Che.

martes, 27 de mayo de 2008

Cartas Profanas


Novela de la correspondencia entre Santucho y Gombrowicz
Luis Mattini
Ediciones Continente

El escritor polaco Witold Gombrowicz, refugiado veintitres años en Argentina, y Mario Roberto Santucho, el más radical dirigente de la guerrilla argentina en la década del '70, se conocieron y trataron cuando el PRT-ERP aún no existía. Un hecho de la realidad.
El autor de Cartas Profanas asumió la jefatura de dicha organización armada, luego de la muerte de su comandante. Otro hecho de la realidad.
En París, en el año 2002, un abogado argentino, ex militante de izquierda, pone en manos del azorado narrador de esta novela unas cartas -inéditas hasta ahora- que habrían intercambiado el escritor y el guerrillero durante los años '60. Otro personaje, un viejo historiador digno de crédito, sospecha que este abogado podría ser el traidor que llevó a Santucho a la muerte... ¿Realidad o ficción?
Mediante laboriosos hilos que entrelazan verdades y mentiras, y sobre un trasfondo de distintas épocas Luis Mattini urde una interesante trama en la que sobresale el perfil de dos hacedores sólo en apariencia muy disímiles entre sí: el orginal y escéptico escritor polaco, apasionado por el juego de la literatura y el último guevarista en sentido épico, apasionado por el deber ser de la revolución

Los Perros 2


Los Perros 2
Memorias de la rebeldía femenina en los ´70
Luis Mattini
Ediciones Continente

Este libro es la continuación de
Los Perros – Memorias de un combatiente revolucionario, que desde su publicación por nuestra Editorial (junio de 2006), hasta el día de hoy, goza de una cálida recepción de parte de los lectores.
Como en aquél, aquí se reflejan esas “razones del corazón que la razón no entiende”. Pero esta vez el protagonismo les corresponde a diversas mujeres militantes. Y a partir de un testimonio vital indiscutible: la percepción emotiva del autor en su relación con ellas. Sin embargo, también aparece su visión personal de algunos varones setentistas (tal el caso del recientemente fallecido Enrique Gorriarán, entre otros).
Ni ensayo o investigación, ni memorias en sentido estricto, sino semblanzas y vivencias sobre seres humanos que el autor conoció siendo militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores y el Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) y situaciones en las que él mismo fue protagonista, durante la trayectoria de esta organización, en los años setenta. Así rescata, sobre todo, la vida, la alegría, el erotismo y la pasión de la militancia política de una época, en un conjunto de relatos que pueden leerse linealmente, al modo de una novela, o como amenas anécdotas independientes. No obstante el carácter casi coloquial del texto –que contribuye a la proximidad del lector con los personajes–, el autor no pierde oportunidad de volcar fuertes contenidos ético-conceptuales sobre aquel contexto histórico, que aportan al necesario debate sobre los años setenta en la Argentina.

Los Perros



Luis Mattini
Los Perros
Memorias de un combatiente revolucionario
Ediciones Continente

Este libro, de género mixto, recoge las vivencias personales del autor durante el nacimiento y apogeo de la organización armada Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) creado por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en la Argentina, en la década del ’70. Un corte transversal de hechos fundantes, operaciones armadas, protagonistas, militantes, dirigentes, vida clandestina, sueños, realidades, valentías y miedos, odios y amores, que marcaron la vida política de ese período en nuestro país.
El autor se aleja del tratamiento de las cuestiones doctrinarias sobre estrategias y tácticas explicadas por la razón, para acercarse a las razones del corazón, a los deseos que estaban detrás de esos hombres y mujeres en sus circunstancias. Así, rescatando la vida, la alegría y la pasión militante, al lado de jocosas anécdotas que alivian la tensión del dramatismo de la acción armada y del terror represivo, desfilan —vistos a través de la retina del autor-protagonista con humor, amor, ternura, crudeza y hasta desparpajo— desde las desconocidas madres pre-Madres de Plaza de Mayo y militantes de base de peculiares características, pasando por dirigentes como Mario Roberto Santucho y Agustín Tosco, hasta el célebre general cubano Arnaldo Ochoa y el legendario Fidel Castro, despojados de pompas y charreteras.
El texto mantiene una cronología que permite leerlo como una historia lineal; pero también, al ser un conjunto de relatos acerca de personas y situaciones, cada uno de ellos puede leerse como amena narración independiente.

El encantamiento político


Subtítulo: De revolucionarios de los ´70 a rebeldes sociales de hoy

Autor: Luis Mattini

Ediciones Continente

Resumen: ¿Qué tienen en común los piqueteros, que protagonizan destacamentos de avanzada del conflicto social en Argentina, con las organizaciones armadas del ´70?

Esta pregunta es el umbral donde el autor nos aguarda para introducirnos en un libro que es un ensayo y, a la vez, el producto de una apasionada lectura de las prácticas políticas y sociales de nuestro tiempo - de las que él mismo forma parte - y un aporte para los militantes de la nueva radicalidad.

Libro provocador y político por excelencia, de interesante y heterogéneo contenido, que sin abjurar del marxismo revisa y cuestiona viejas prácticas de la izquierda e intenta comprender los mecanismos de dominación actuales, más allá de la estructura económica, y que además propone hipótesis de acción tendientes a la formación de una nueva subjetividad y una nueva praxis que rescate lo mejor del pasado, en el largo camino de nuestra liberación.

El autor mete el bisturí en la llaga más profunda del movimiento popular, poniendo el acento en los distintos "encantamientos" que el capitalismo produce en quienes se proponen, con sinceridad, cambiar el mundo (o su barrio). Y desarrolla la propuesta de retomar la esencia del socialismo primitivo, en el sentido de transformar la sociedad desde abajo, a través de la materialización de la potencia del "poder hacer", pensando con el cuerpo y actuando con pasión y determinación.

La política como subversión



Luis Mattini


Editorial De la Campana

...Con la crisis de la modernidad, con el cuestionamiento al progreso sin límites se abre la posibilidad de replantearnos el comunismo aquí y ahora. Lo revolucionario, lo subversivo, la radicalidad, ya no sería un medio para llegar al comunismo. Es una exigencia, un movimiento creador, un disparador de nuevas iniciativas de relaciones sociales subversivas al sistemaaún en las entrañas del mismo. El fin estará en el medio y a su vez ningún medio será un fin en sí mismo. No se lucha por la libertad futura porque en la misma lucha está la libertad. De ahora en más la lucha carece de la garantía que nos dio el determinismo. Toda lucha es una apuesta y eso nos obliga incluso a revisar los parámetros de "éxito" o "fracaso".
Y el nuevo milenio podrá ser tanto el regreso de la barbarie, una especie de Edad Media altamente tecnologizada o el surgimiento de una nueva y auténtica Ilustración basada en una reconsideración sobre la objetivdad del tiempo y el reencuentro de la razón con los sentidos.

Hombres y Mujeres del PRT-ERP



de Tucumán a la Tablada

Luis Mattini

Editorial: de la Campana

Una insólita construcción subterránea con habitaciones para combatientes, biblioteca y polígono de tiro; una fábrica de subametralladoras en una casa cualquiera de Bs.As.: el supuesto "atentado" contra Balbín y las conversaciones con la UCR; qué fue, cómo funcionó la guerrilla rural en Tucumán...

Anécdotas e interrogantes de la mayor guerrilla marxista de la Argentina, se develan en este libro, entre lo épico y lo documental, narrados por quien fuera su Secretario General desde la muerte de Mario Roberto Santucho hasta su disolución.

Muchos temas desfilan tratados con rigor y detalle por Mattini -el desastre de Monte Chingolo; la caída de Santucho; la relación con Cuba y las diferencias con Fidel; el rico intercambio con el MIR chileno y Tupamaros; las contradictorias relaciones con Montoneros- en un trabajo dedicado no a "saldar cuentas" personales o políticas, o a hacer profesión de fe del arrepentimiento, sino a abrir interrogantes: ¿por qué fuimos derrotados? ¿cómo nos aislamos? ¿por qué la unidad con el peronismo revolucionario no fue posible? ¿por qué esta huella política dio hijos como "La Tablada"?

Y también homenaje a una militancia que tomó las armas para cambiar de raíz la sociedad.

Para cambiar la "sobrevida" por la vida. Un sobreviviente nos la cuenta por ellos, para que nosotros también sigamos vivos.