martes, 18 de agosto de 2009

¿Nueva derecha o nuevo modelo de dominación?


Por Luis Mattini

Hace unos días, al cruzar la avenida Entre Ríos hacia el Congreso de la Nación mi vista fue herida por el siguiente cuadro: la vereda desierta y sobre ella una fila de horribles entramados de hierro y alambre paralela cubrían en parte esas formidables y hermosas rejas que tiene la fachada del Palacio. ¿Por qué herida mi vista? Porque me inicié hace cincuenta y tres años como herrero forjador, oficio que ejercí hasta los 30 y ello me permite afirmar que nadie puede apreciar mejor que un herrero, la capacidad del ser humano de moldear el hierro con las manos, para producir esa belleza, lograr esas verjas que el público en general apenas aprecia y los profesionales suelen adjudicarle el mérito sólo al diseñador.


Además , esas verjas son extremadamente sólidas, sólo es posible derrumbarlas con un tanque o una gran topadora. ¿Por qué entonces esos enclenques entramados metálicos portátiles que la policía despliega aparentemente para contener a los manifestantes? ¿Qué mejor muro de contención que la verja original? En una recorrida por la ciudad veremos en todo edificio público esos mismos artefactos, incluso frente al formidable Palacio de Tribunales.

Curioso, frente a la sede de las empresas privadas no hay dispositivos preventivos, aun las multinacionales. Esto me llama la atención porque cuando yo era herrero forjador, también fui sindicalista y el grueso de las protestas las hacíamos contra las empresas privadas o las empresas estatales que brindaban servicios públicos que eran muchas. Claro, también es cierto que la “demostración” para “demandar” “reclamar” en “nombre” del derecho era más esporádica, o sea , las acciones eran más activas, valga la redundancia, paro, huelga, ocupación, etc, no se “reclamaba” el derecho, se lo ejercía de hecho.


Bien, cualquiera que tenga una mínima experiencia en manifestaciones y represión de las mismas se da cuenta que esos artefactos metálicos no sirven para impedir el paso de marchas sino para llevarlas por canales determinados. ¿Para qué sirven entonces?


Veamos, en los primeros años sesenta se puso de moda la palabra canalizar, porque cuando se descubrió el carácter “progresista” del peronismo, la mayoría de los grupos marxistas pretendieron “canalizarlo”, los trotskistas con su política de “entrismo”, el PC con la famosa tesis de Codovilla del “giro a la izquierda” del peronismo, los sacerdotes tercermundistas porque no pueden sustraerse a su populismo y, desde luego, finalmente lo que años después se llamó Montoneros, cuya estructura dirigente lo constituían o bien marxistas que peronizaban o bien cristianos y a veces algún peronista.


Pero la vida tiene sus paradojas. La que resultó finalmente canalizada hoy en día es la izquierda. Literalmente en esos “canales” formados por estructuras metálicas para asistir el ejercicio del derecho a protesta, a manifestar, a demostrar en la vía publica. ¿Asistir? ¿asistencia? Si, eso es. No se trata de simple juego de palabras, se trata de que el Estado hoy ejerce una politica asistencialista, por medio de subsidios de diversas especies, magros a nivel de cada persona, pero eficaces como elementos de contención social. Esos artefactos de hierro están, entonces, para canalizar la protesta por lo carriles del Estado de Derecho, trazados por los poderes ejecutivos y custodiados por agentes policiales. En caso de ser necesaria la represión, será ordenada por el Poder Judicial y la ejecutaran tropas de asalto de la policía, los protagonistas detenidos podrán ser juzgados. Eso se llama criminalizar la protesta. Se la utiliza cuando los canales físicos y monetarios se muestren insuficientes para la contención.


O sea. Estamos frente a una modalidad de dominación diferente. Quizás sea exagerado llamarlo nuevo modelo de dominación, pero también es poco preciso hablar de “nueva” derecha. Creo que más justo es decir que la derecha adquiere nuevas formas. Esta formulación tiene la ventaja de dejar ver más claro aún que en estos días la derecha está dentro y fuera del Estado y del gobierno y, en todo caso las diferencias representan matices diversos de intereses o bien mayor o menos inteligencia para la dominación. Por ejemplo, es evidente que la discusión por las llamadas retenciones a las exportaciones es una pelea por intereses y al mismo tiempo deja a las claras que hay un sector —el de los agronegocios— que no comprende que parte de esos subsidios son empleados en la política asistencial que contiene millones de personas que en otras épocas estarían quemando campos de soja, así como durante el cordobazo destrozaban las instalaciones de la empresa xerox.


Por eso es que afirmamos que la izquierda perdió definitivamente su identidad, hasta su razón de ser, cuando compró el mito del Estado de Derecho, como si este fuera parte de su acerbo y no un producto burgués. En esto hay responsabilidad en parte de de algunos exiliados que se vinieron con ese mamotreto bajo del brazo. Otra parte de responsabilidad la tienen los sobrevivientes o descendientes de sobrevivientes que identifican “derechos humanos” con las utopías por las cuales nos jugamos la vida en los setenta. Dicho de otro modo: identifican Justicia con condenar a los militares que ejercieron el terrorismo de Estado. La paradoja es que esa “justicia” se ejercerá con la vigencia del Estado de Derecho, será justicia burguesa. No tiene nada de malo, al contrario, bienvenida sea, sólo que no es por la que lucharon sus padres.


Claro, hay que tener en cuenta que en esta degradación de valores y conceptos, también tiene su importancia el derrumbe del Sistema Socialista Mundial, como ensayos de sociedades superadoras del capitalismo. Y, lo que es para nosotros particularmente doloroso: Cuba, país que a cincuenta años de la revolución más formidable de América después de la mexicana, hoy tiene el 80 por ciento de sus tierras improductivas e importa, nada menos que de los EE.UU, parte importante del ochenta por ciento de sus alimentos, a pesar del bloqueo. Encima políticamente está más cerca de la monarquía que del socialismo marxista.


¿Chavez y el socialismo del siglo XXI? Cualquier argentino de mi edad puede asegurarles que en 1946 Perón, en apenas diez años, que son los que lleva ya el Venezolano, creó un estado de bienestar productivo, una nación que producía prácticamente todo lo que consumía. Con un poco más de modestia se lo llamó “socialismo nacional”.

Si amigos, perdón por mi tono irónico, pero lo que ocurre es muy duro. O dicho de otra forma, vivimos un periodo histórico de especial reacción. Claro, este punto de vista es contradictorio con quienes piensan que en América Latina es diferente al resto el mundo. Sin embargo a excepción de Bolivia, en donde la activa presencia indígena obliga a mirar con otros ojos, en el resto, progres más, progres menos, se vive el post- neoliberalismo….que no es el socialismo, ni siquiera una oleada “democrática” al viejo estilo, sino la forma que asume la nueva forma de dominación. Sin dudas que con mayores o menores talentos según los países, pero todos en la onda de la readaptación del capitalismo.


Volvamos a nuestro nuevo modelo. Las palabras contención y asistencia son claves. Hay que recordar que cuando surgió el capitalismo en la historia, su rasgo fue incorporar a toda la sociedad a la producción; unos como empresarios, otros como obreros hacedores de plusvalía y una minoría como servicios. Quedaba fuera de la sociedad un grupo marginal de “inadaptados” (delincuentes, prostitutas, vagos, linyeras, etc) que se los denominó “lumpen proletariado”. La desocupación era transitoria y estaba destinada a regular el precio de la mano de obra por la ley de la oferta y la demanda. La función del Estado era armonizar el sistema, cuidar que cada clase social hiciera lo que le correspondía de acuerdo a las leyes.


Pero a los largo de los siglos la producción fue requiriendo cada vez menor mano de obra, al punto que hoy en día, los “marginados” no son un grupo de “lumpenes” sino una porción muy grande de la sociedad para quienes el capitalismo actual no tiene lugar. Dicho en forma cruda, están demás. Pero no se lo puede hacer desaparecer, por lo tanto el Estado los debe contener. Para el capitalismo es más productivo reducir la mano de obra a costa de subsidiar el mantenimiento de los desocupados crónicos (planes de contención) que regular los métodos de automatización del trabajo de manera que se mantenga la plena ocupación.

Dicho de otra forma: prefieren pagarles para que no trabajen, eso es, en última instancia el asistencialismo que ejerce el estado que expresa los intereses de ese modelo productivo. Y ese es precisamente el aspecto más irracional del sistema capitalista.


Esto es así y nuestro cometido debería ser intervenir para conocer a fondo y estudiar hasta descubrir por donde enfrenarlo y establecer una resistencia eficaz. Pero ocurre que la mayoría de las organizaciones de izquierda, lejos de combatir el asistencialismo, tienden a afirmarlo. Ocurre en todos lados, pero particularmente en nuestro país lo es a partir del 2001, cuando las organizaciones de izquierda mostraron más temor al “caos” resultante del espontaneísmo de masas que ellas no pudieron liderar, que al orden burgués. Por lo tanto pasaron a colaborar con la burguesía para contener a las masas.


¿Ignorancia? ¿Falta de conciencia? ¿impotencia? ¿Estupidez?...Hay un poco de eso y hasta les doy esa chance…pero no, desgraciadamente estas cosas son las que nos hacen poner en dudas cuando algo es ingenuamente inocente o se trata de franco cinismo. Porque resulta que parece ser bastante sabroso y rentable contar con recursos financieros estatales para organizar marchas disciplinadas (nada de espontaneismo pequeño burgués) uniformadas, embanderadas, marchantes ordenaditos , prolijos y bien vestidos y equipados como niños de una buena escuela, que muestren nuestras fuerzas y capacidad militante… o sea nuestra razón de ser. De manera que ahora el Estado no sólo subsidia la desocupación sino también la cuota del afiliado y hasta la renta del funcionario de partido.


La aún llamada izquierda dejó de ser, insisto, porque la razón de ser de su origen fue la lucha contra el Estado y ahora pasó a luchar contra el gobierno o sea, pasó a ocupar un lugar dentro del Estado, por lo común lugar de oposición porque no le da el cuero electoral par más. Tanto es así que con frecuencia apoya a la “derecha” opositora porque están contra la “derecha” en el gobierno.

Esto referido a la izquierda orgánica, si vemos lo que pasa en la intelectualidad, el panorama es más negro aún, pero los mecanismos y las razones son más o menos las mismas. También el Estado ha logrado al fin encontrarles su precio. Desde luego que hay excepciones, de lo contrario yo no estaría escribiendo esto, ni La Fogata me lo publicaría; somos parte de la excepción.


Más que de excepción convendría hablar de la existencia de otro movimiento cuyo rasgo es la resistencia y la lucha contra el Estado de hecho, sin definiciones ideológicas, a punto tal que en algunos casos ni siquiera se sabe que es una lucha antisistema. Este movimiento de hecho, que carece de centro, lo componen quienes se movilizan para oponerse a aquello que es esencial al modelo productivo actual y que perjudica a la población. (explotación de los recursos, tierra, mares, minería, pasteras y oposición tenaz a todo lo que sea monoproducción) (piénsese que monoproducción es también depender en forma exclusiva del petróleo o del turismo habiendo tierras para garantizar la soberanía alimentaria) Este movimiento apenas se ve, no poque sea chico, sino porque está debajo de la superficie, carece de dirigentes y la TV no lo registra.

Por ahí, por se lado los marxistas deberíamos buscar el sujeto, sin prejuicios ideológicos ni infantiles conceptos clasistas que aún tienen arraigados algunos setentistas de origen pequeño burgués que todavía hablan “de la clase”; de la “conciencia de clase” y hasta del “miedo de clase” (parece ser que el miedo “obrero” es diferente)


Examinar cómo la consolidación de la sociedad posindustrial, o sea de esta nueva faz del capitalismo, desplaza irremediablemente al sujeto “proletario” de su centro. Pero no es que se “amplia” en forma sumatoria y de ese modo la izquierda cree que es ir agregando temas y consignas a los programas (feminismo, ecología, racismo, inmigraciones, biotecnología, etc) No, no se trata de una suma, se trata de un cambio cualitativo que incluye cambios en la centralidad y que supera muchas taras del pasado y nos permite repensar el tema y hasta la propia necesidad de sujeto. También es imprescindible repensar el contenido de las palabras izquierda o derecha, para ver que ya no se trata de una división en cómo se administra un modo de producción, en el sentido del reparto de sus beneficios, sino en cuestionar un tipo de desarrollo productivo que pone en riesgo la civilización. O sea, ahora es una cuestión de vida o muerte. Izquierda pasará a ser todo lo que facilite y se juegue por el desarrollo de la vida.


Por ese camino podemos ver falsas antinomias y evitar el maniqueísmo que pretende que tomemos posición a favor del gobierno o de los agronegociantes con el argumento de frenar a la “derecha”: estamos contra ambos porque ambos son derecha, como hoy debe de ser calificado de derecha todo partido, socialista, comunista, trostkista o cualquier ista, que impulse un modelo de desarrollo que acentúe la monoproducción, y un modelo político que se apoye en la canonización del Estado de Derecho y tienda a infinitas reelecciones en sucesión monárquica. Esa es la no-vida.

lunes, 17 de agosto de 2009

ENTREVISTA A LUIS MATTINI POR SU NOVELA EL SECRETO DE LISBOA

Lunes, 17 de agosto de 2009

LITERATURA › ENTREVISTA A LUIS MATTINI POR SU NOVELA EL SECRETO DE LISBOA

“La ficción es mucho más convincente que el ensayo”

El escritor y ex militante entabla una suerte de diálogo generacional en el que despunta una morfología del deseo. Así se suceden un secuestro, preguntas incómodas sobre el pasado, el rescate de la ética revolucionaria y una crítica al machismo de los ’70.

Por Silvina Friera

La historia que cuenta Luis Mattini en su segunda novela, El secreto de Lisboa (Peña Lillo, Ediciones Continente), es increíble, pero sustancialmente cierta, parafraseando el epígrafe de Borges que preludia el nudo de un relato que se desatará ante los ojos azorados del lector. Una joven italiana, Mercedes, hija de una francesa y de un argentino que fueron militantes del PRT-ERP en los años ’70, desembarca en Caracas en abril de 2002. A su madre le dice que quiere ver de cerca “esa insólita revolución bolivariana”, que será el tema de su tesis de maestría. Pero el motivo del viaje es otro: entrevistar al “Tordo”, un veterano compañero de militancia de sus padres ahora confeso chavista, gravemente enfermo de cáncer, con la esperanza de que le pueda sonsacar la verdad sobre su origen, que ella supone confuso, y cuya madeja estaría en el secuestro a un empresario norteamericano en Lisboa, a fines de 1976 –en un operativo en el que su madre fue la pieza clave que puso el cuerpo–, para obtener el dinero que permitiría ayudar a un puñado de militantes varados en Brasil. Mientras el “Tordo” le da duro y parejo al whisky, “su mejor medicina”, y accede a que Mercedes, la “Tanita”, lo entreviste, comienza a construirse la ríspida gramática de un diálogo generacional jalonado por el presente venezolano, el golpe a Chávez que se cuela por la ventana de la narración. Pero también Mattini, el ex militante que se apropió literal y literariamente de su nombre de guerra para escribir ficción, se anima a despuntar una morfología del deseo, una política de la subjetividad, poco frecuentada por quienes abrazaron las múltiples avenidas que conducían hacia la militancia marxista.

De las evocaciones que hace la “Tanita” sobre su propia pesquisa, previa al arribo a Caracas, emerge la punta de una de las primeras confrontaciones, al recordar el encuentro que tuvo con Rodolfo, uno de los protagonistas de ese “secuestro de novela”: “A mí me da risa, y rabia, porque cuanto más en detalle escucho las historias, más siento que vosotros eráis más delirantes que nosotros. No tengáis miedo, no los vamos a imitar, tendremos que inventar otro delirio”, dice la muchacha, en ese castellano castizo, achispado de tanto en tanto por algunos argentinismos. El “Tordo”, que ha hecho muchas cosas en la vida, y hasta admite que se disfrazó con una sotana para “una opereta”, en un momento le explica a Mercedes: “Metete en la cabeza que nosotros no éramos ni bohemios, ni delincuentes, y mucho menos terroristas; éramos combatientes en una guerra de liberación y había que guardar las formas civilizadas de la guerra. No lo considerábamos un secuestrado sino un prisionero de guerra. No estábamos robando, expropiamos al imperialismo, no pagaba él, pagaba la empresa con el dinero que obtenían expoliando a nuestros pueblos”.

El hombre que nació en Zárate en 1941 como Arnol Kremer Balugano y sucedió a Mario Santucho en la conducción del PRT-ERP tiene un lejano parecido a Marcello Mastroianni, aunque es más alto y corpulento que el actor italiano. En el bar de Palermo, donde apura un café, nadie registra que ese señor de traje y corbata fue un indómito activista sindical y protagonista principal de las luchas políticas de los años ’60 y ’70. No hay bigote, ni barba, ni melena despeinada al viento que permita semblantear, al menos en la apariencia estética, las huellas de ese pasado “setentista”. De su voz grave, como una muralla infranqueable, emana una serena melancolía. “La única manera de poder reflejar la ética militante es a través de la ficción”, le cuenta a Página/12 su opción reciente por la narrativa. “Se supone que los hechos fueron más o menos reales, más o menos así, en todo caso no están para nada ablandados. Siempre tuve una gran pasión por la ficción, ha sido mi formación fundamental, que me viene de haber leído mucho. Pero nunca me había animado a escribir una novela. Empecé con Cartas profanas y después me animé con esta novelita. En este momento de semejante crisis ideológica y de valores, la ficción es lo que puede salvarnos. La ficción resulta mucho más convincente que el ensayo”, agrega el autor de Hombres y mujeres del PRT-ERP y los dos volúmenes de Los perros, entre otros ensayos.

–¿Por qué es mucho más convincente la ficción que el testimonio o el ensayo?

–Todo testimonio es una forma de ficción. Una cosa es el ensayo, donde uno busca la teoría, razona, analiza. Pero cuando la gente se refiere a un hecho en el que participó, está ficcionalizando porque en definitiva está contando cómo vivió esa parte de la realidad. Hubo una experiencia que me marcó mucho en este sentido. Hace dos años fuimos a dar una charla sobre el Cordobazo con varios protagonistas. Yo fui más que nada para hablar como ensayista, pero recuerdo que me sorprendió mucho cómo los protagonistas dieron testimonio sobre esa experiencia. En realidad, no tenían mucha idea de lo que estaban haciendo: intentaron hacer las cosas de una manera y salieron de otra. La ficción sirve para reflejar cómo alguien se propone algo, pero termina haciendo otra cosa.

–Aunque la “Tanita” admira a sus padres, también los cuestiona. Lo que más le molesta es ese silencio sobre ciertos aspectos del pasado que su madre no quiere contarle. ¿A qué atribuye esta reticencia de los padres a hablar? ¿Tuvo tanta mala fama la militancia que los propios militantes optaron por “autocensurarse”?

–Tengo dos hijos que eran chicos cuando yo militaba. Hace poco, hablando con mi hija, me preguntó por qué me publicaban las novelas. Le dije que tenía una historia, un prestigio por mi pasado militante, pero en realidad no sabía muy bien qué contestarle (risas). Ella me dijo: “Ah, bueno, qué suerte, por lo menos te reconocen algo, ¡fueron años tan tristes!”. A mí me sorprendió que me dijera eso porque para mí no fueron años tristes, pero ella estaba reflejando lo que sintió cuando era muy chiquita. Creo que en los padres hay dos tendencias. Hay padres que no digo que se arrepientan, pero de alguna manera están contrariados con su pasado, no reivindican del todo su historia. Pero también hay algo más grave y complicado. En la militancia de los años ’70, todavía hay cierto halo de clandestinidad, de “de eso no se habla”, “no se puede decir nada”. Me pasó con mi madre, que era militante, y sin embargo no quería decir que tenía un hijo desaparecido, por mi hermano. No lo decía no porque sintiera vergüenza sino por miedo a la conspiración. El personaje de la novela está orgullosa del pasado de sus padres, pero al mismo tiempo se pregunta por qué no hablan, qué les pasa, qué cosas ocultan.

–¿En qué personaje aparece enmascarado Mattini?

–Ay, pero esas son trampas de autor que no debería confesar (risas). En realidad yo soy Rodolfo, pero como autor me identifico con todos los personajes. El único invento total es el personaje de la “Tanita”.

Mattini cuenta que está escribiendo una nueva novela en torno del deseo. “He llegado a la conclusión, hace algunos años, de que la conciencia es necesaria, pero es insuficiente. Hay un elemento que nunca fue considerado por los marxistas, que es el deseo”, plantea el escritor. “Mi padre, que era carpintero, me enseñó de chico a leer libros. El me decía: ‘Mirá, nosotros somos pobres, nunca vamos a poder viajar, lo único que tenemos son los libros’. Mi viejo nunca imaginó que yo iba a viajar tanto.” La pasión de Mattini arrastró a la familia completa, padre, madre y hermano, hacia la militancia en el PRT-ERP. “En las organizaciones armadas tipo Montoneros o el ERP, cuando alguien caía preso los que respondían eran los padres y las madres, y muchos empezaban a radicalizarse y a acompañar a los hijos en la militancia”, repasa Mattini. “Mi hermano, que era dos años menor que yo, fue secuestrado en San Pedro, está desaparecido desde abril de 1976. Por la circunstancia en que cayó muchas veces, sospeché que a mi hermano lo confundieron conmigo. De todas maneras, aunque no lo hubieran confundido, él era un militante, pero yo era el dirigente”, aclara con la voz rasgada por el dolor de ese supuesto equívoco.

De regreso a El secreto de Lisboa, revela que lo que más le preocupó de la escritura de la novela fue plasmar la inquietud que tenía esa chica con su madre. “La Tanita quiere hacer su propia historia y esto es un mensaje que lanzo para H.I.J.O.S. como institución”, dispara Mattini.

–¿A qué se refiere?

–Los militantes de H.I.J.O.S. están cometiendo, me parece, un error, y es que se quedan en lo que fueron sus padres. El único objetivo es recordar cómo fueron en aquella época; ¡pero esos chicos tienen que hacer la suya! Por eso la Tanita, que tiene pocas pulgas, le dice a la generación de sus padres: “A mí no me jodan con sus delirios, nosotros tenemos que inventar otro delirio”. A mí no se me ocurriría nunca decirle a un joven: “Hacé lo que hicimos nosotros”. Cuando me preguntan qué deben hacer, digo que no sé... que ellos tienen que inventar algo.

–En la novela también se atreve a mostrar a una generación muy consciente de la situación que atravesaba el país, pero al mismo tiempo muy ingenua. ¿Había espacio para la ingenuidad?

–No tengo una respuesta sociológica y ahora estoy hablando como ensayista. Las ciencias sociales no han logrado una respuesta a esto, no sabe cómo se producen ciertos fenómenos de los ’70. Recuerdo que una vez me preguntaron en una entrevista si creíamos en serio que íbamos a derrotar al Ejército. “Por supuesto, cómo no lo íbamos a creer”, les contesté. En esta convicción la Revolución Cubana fue clave, y a eso sumale el hecho de que los vietnamitas habían derrotado a tres imperios: los japoneses, los franceses y los norteamericanos. Vivíamos en un mundo donde los movimientos revolucionarios triunfaban y se avanzaba hacia el socialismo. Lo que nosotros no veíamos era la parte negativa, no quisimos ver al Che derrotado en Bolivia, mirábamos al Che de Cuba. Pero cuando murió el Che en Bolivia, su muerte se tornó en un desafío, había que recoger literalmente el fusil del Che. Yo quise reflejar también cierto grado de ingenuidad que teníamos. Me pregunto: si hoy apareciera un Guevara, ¿habría alguien dispuesto a seguirlo?

–¿Cuál sería la respuesta?

–Soy muy escéptico... al menos yo no lo seguiría porque por empezar estoy fuera de época (risas). Lo que me más entusiasmó de hacer este tipo de novela fue intentar demostrar cómo para nosotros la dificultad, lejos de ser una traba, era un incentivo. No teníamos un mango, pero algo hacíamos para resolverlo. El secuestro que se cuenta en la novela fue un disparate, pero rescato ese espíritu de no dejar a nadie en banda y de jugarse por los compañeros. No nos dejábamos amedrentar; en una de las discusiones que tiene la “Tanita” con el “Tordo” ella le plantea que tendrían que haber buscado otra solución. Bueno, a lo mejor había... pero en los años ’60 y ’70 hubo una frase que para nosotros fue fatal: “Hay un único camino”. Nosotros nos movíamos en la vía del único camino...

Los últimos rayos del sol, que comienza a ocultarse, caen en picada sobre algunos edificios y provocan un extraño efecto de irrealidad; el murmullo, la máquina del café, las tazas y las cucharitas tuercen el rumbo de los recuerdos, y de repente Mattini abre las manos como un prestidigitador: “¿En serio querés saber la historia de mi nombre de guerra? Agarrate”, advierte con una inflexión irónica. “Con un grupo de compañeros fui a entrenarme a Cuba. Pero resulta que, antes de llegar, estuvimos veinte días varados en Chile en la casa del MIR; hacíamos cursos y yo estaba todo el día tomando mate. Y uno me dijo: ‘Ahí viene Matini’ –recuerda–. Pero la historia no termina ahí. Cuando salimos, les pedí a los compañeros que llevaran cada uno cuatro kilos de yerba en la maleta. Eramos veinte, así que calculaba que la yerba me iba a alcanzar. Pero consumimos buena parte en Chile. Yo estaba de traje y corbata, con un nombre falso que ahora no recuerdo, y me di cuenta de que teníamos que comprar más yerba. Entonces vino un chileno con una bolsa de yerba, como si trajera carbón, y me fui con esa bolsa al aeropuerto. Cuando fui a chequear el tema del pasaporte, me pidieron un segundo apellido. Yo tenía veintipico de años y le dije: ‘¿Cómo segundo apellido? Nosotros no usamos. ¿Qué quiere, que lo invente? No tengo’. El hombre me pidió que no lo mirara de esa manera, que le dijera el apellido de mi mamá. Ahí me di cuenta de que, además de andar con un pasaporte falso, me ponía a discutir. ¿Te das cuenta de que no éramos perfectos?”

–Bien de argentino cabrón, ¿no?

–Exacto, entonces le dije: “Ay, disculpe. Mattini... y con doble t”. Cuando llegué a La Habana, bajé con el documento que tenía y con la bolsa de yerba y un cubano me dijo: “Oie, chico, ¿esto es ierba?”. Le aclaré que era yerba mate, “la que toma el Che”. Pero estaba prohibido entrar con yerba suelta y me la confiscaron. Entonces se empezaron a burlar y me decían: “Le quemaron la yerba a Mattini” (risas). Cuando volví de Cuba, decidí usar Luis Mattini.

–Como en la novela mezcla realidad y ficción, ¿es cierto que el secuestro se hizo con un arma de juguete?

–Sí, éramos muy corajudos... había que tener coraje para hacer eso (risas)