jueves, 25 de marzo de 2010

El camisón de la historia; por Luis Mattini


Si hay una disciplina bastardeada en la Argentina actual es la historia. Francamente está más bastardeada que la Política, que es mucho decir. ¿Exagero? Fíjese, a pesar de la extrema corrupción, no conozco ningún político que llegue a la megalomanía de autollamarse “estadista”. En cambio es común ver como los licenciados, doctores o profesores de historia se hacen llamar “historiador”. Igual que muchos graduados en filosofía se hacen llamar “filósofos”. ¿Es posible mayor megalomanía o mandada de parte? Quizás en otra oportunidad podamos tratar en detalle de ese fenómeno, también comercial, hoy monopolizado por un talentoso comerciante del ramo, que no nombro para no contribuir a hacerle publicidad, quien al parecer, además de poseer un verdadero mercado de pulgas de la historia, la Biblia junto al calefón, ha tenido la virtud de crear entusiastas seguidores.
Pero para lo que me interesa ahora, digamos que una de sus consecuencias de este manoseo es que autoriza a algunos graduados en historia, a simplificar la realidad con supuestas categorías propias de esa disciplina, las cuales suelen ser, en rigor, sólo frases más o menos ingeniosas.
El caso que me ocupa es una nota publicada en La Fogata titulada: “Están los que quieren ver a Cristina en camisón”, en la que la autora comienza afirmando que una buena herramienta para entender la historia en movimiento es preguntarse a quien beneficia y a quien perjudica los hechos analizados. Esa forma de pensar, —¿Será eso un sofisma?— me cae igual a aquel juicio que decía que la verdad o error de un hecho social o político se verifica por los resultados. ¿A esa manera de razonar se la llamaba pragmatismo, creo? “Si funciona es bueno” decía un personaje de Jack London. Y es sabido que el pragmatismo es la filosofía estadounidense por excelencia ¿No? Sin embargo, lo que no siempre se tiene en cuenta es que esa filosofía impregnó también el stalinismo, a partir de la descontextualización de la expresa admiración de Lenin por el “sentido práctico norteamericano”. Pues de ser así, quiero decir como propone la autora, si por ejemplo aplicamos esa herramienta de valorar a quien benefició y a quien perjudicó la praxis del Che y el PRT-ERP en las décadas del sesenta y setenta, estaríamos sonados, porque, según el PC, tanto la acción en Che en América como la del PRT-ERP en Argentina, perjudicaba al proletariado que se encontraba a la espera de la trascendencia de la revolución.

Por algo el PC nos acusó de “pequeña burguesía desesperada” y de “agentes de la Cía”.
Sin embargo nosotros estábamos convencidos —y aún lo estamos a mucha honra—, que el condenado “foquismo” circunstancial de Guevara que supimos recoger y ejecutar “a la nuestra”, reflejaba la inmanencia de la acción, el sentir como propia la bofetada en el rostro hermano, aquí y ahora, no a la “espera” de la trascendencia de la revolución democrático burguesa, y a la “espera” de la revolución proletaria en un futuro por demás incierto. Era el “en principio fue la acción” de Goethe, reemplazando aquel “en principio fue el verbo”. Las del Che y la nuestra eran la verdad de la acción y no la verdad del resultado, era la libertad como acto y no como estado. Corolario: la “verdad” fue la lucha, y en esa “verdad” ganamos lo que no nos pudieron quitar nunca a pesar de las torturas, las cárceles y los asesinatos. Porque nunca fuimos tan libres como en aquellos años, así como nunca perdimos tanto la libertad como ahora, en pleno Estado de Derecho, en pleno disfrute de las garantías políticas constitucionales. .

Pero claro, es evidente que estas consideraciones, —que se van de palos con los manuales de marxismo, más aún con los discursos populistas, ambos impregnados de liberalismo—, no son compartidas por las academias, ni ahora ni antes. De modo que debo dejar estas abstracciones que regían los corazones idealistas libertarios guevaristas y tomar el carril de sensatez materialista por el que se desliza el artículo que estamos comentando. Este carril tiene en común con los setentas el llamado a no ser “subjetivo”, no hablar al divino botón e ir a lo “concretito”. El culto a lo “concreto” es una de las peores herencias de los setentas, por lo tanto tengo mucha práctica en esa manera de analizar.


Allá vamos entonces, vamos a aplicar esa herramienta. Nos preguntaremos “en concreto” a quien beneficia la política del gobierno actual y a quiénes benefició la política de Perón en los cincuenta.


Primero lo actual: como lo actual está lejos de ser historia, tengo la misma autoridad que la autora para transmitir mi lectura de esta realidad. De modo que empiezo afirmando que la destrucción de la agricultura por el monocultivo de soja, los estragos en regiones enteras de la Cordillera de los Andes por la depredación de minería a cielo abierto, los combustibles y sus industrias afines, más el privilegio a la industria automotriz que hace cada vez más invivibles las grandes ciudades; todos estos componentes esenciales del modelo productivo heredado del menemismo, pero fuertemente impulsado por el actual gobierno una vez establecida la gobernabilidad que logró Duhalde después de la crisis del 19 y 20 de diciembre.
Este modelo productivo beneficia en primer lugar a los inversores en esos rubros... salpica con sus migajas a los asalariados ocupados en ellos, claro está...ah... y también nos beneficia a los empleados del Estado Nacional porque los ingresos fiscales obtenidos permite al gobierno pagarnos regularmente los salarios. O sea que yo soy uno de los beneficiados. . . sólo en el sentido de afortunado trabajador del Estado, como veremos en seguida.
Porque los perjudicados son en primer lugar los campesinos o la población rural desplazados, sea por la soja o por la minería, transformados en “pobres de la ciudad”, hacinados en las villas de emergencia. Luego cientos de miles de trabajadores. Desocupación y precariedad laboral y los constantes bajos salarios propios de un país que avanza hacia el monocultivo y la monoprodución. Por otra parte, la ausencia de una enorme masa de ciudadanos sin poder de consumo perjudica a un gran sector de la real clase media, es decir, al pequeño comercio. Luego el conjunto de la población —y en esto me incluyo, a pesar de ser uno de los beneficiados por los recursos del Estado— que padecemos la destrucción de los ferrocarriles, transporte públicos calamitosos, falta de hospitales, escuelas, premios a los barrabravas en vez de a los buenos estudiantes, y en general la pérdida de todos los beneficios del estado de bienestar, porque una parte los dineros que deberían dedicarse a eso, se adjudican a contener miserablemente a la masa de desocupados que fabrica este modelo. Pobres, pero contenidos.

No debe olvidarse que desde hace más de un lustro, el país ha tenido los mayores ingresos de las últimas décadas.
Como si todo esto fuera podo se corre el riesgo de caer en una de las peores dependencias: el peligro de perder la soberanía alimentaria no es una expresión de los extremistas militantes de la ecología. Respecto a la “época de Perón”, que ya es historia, debo confesar que voy a permitirme opinar como un aficionado a la historia, que es una de mis mayores pasiones. Pero aprendí a seguirla más por el lado de la literatura ficción que por los sesudos papeles. “El 93” de Víctor Hugo es una insoslayable pintura de la Revolución Francesa, así como “Santa Evita” de Tomás Eloy Martinez, transmite mucho más sobre la figura de Eva Perón, que las toneladas escritas por los curanderos sociales.

Pero además, en este caso, tengo la ventaja de la edad, Viví la época. La gocé en lo económico y social; la sufrí en lo político-cultural. (Precisamente por el aspecto “político-cultural” ni soy peronista ni hago la apología de Perón, aquí intento testimoniar con “objetividad”) Por otra parte rechazo ese alarde de “ver con mis propios ojos” como supuesta garantía de verdad. Pero ya he aclarado que aquí me he puesto en el mismo carril y por lo tanto uso a desgano ese elemento clásico del simplismo de la historia que se utiliza creyendo en la superioridad de la “objetividad” del testimonio frente a otros recursos investigativos.

Si tanto valor tiene el testimonio, aquí va: me consta por “haberlo visto con mis propios ojos”, que los grandes beneficiados del peronismo clásico fueron , la clase obrera industrial, tanto por los beneficios materiales como, sobretodo, por su dignificación social; luego la llamada burguesía nacional, los asalariados en general, en especial los olvidados obreros agrarios, el memorable “estatuto del peón”. Respecto a los “perjudicados” (relativamente, claro, tan relativo que podríamos hablar más bien de los “molestados”) fueron los capitales ligados al extranjero, la oligarquía agraria , en cierto modo la clase media, porque si bien recibió los beneficios materiales que disfrutó toda la población, “perdió” “status social” al quedar igualada a la clase obrera, con la que tuvo que compartir casi sus mismos espacios. Ni hablar de las obras públicas emprendidas por el Estado en esa época.

No me alcanzaría la Página completa para enumerarlas.
¿Que eran otros tiempos? ¡Pare!, ¡pare!, no me cambie el sujeto en discusión. No estamos analizando las causas, sino rebatiendo una disparatada comparación de la autora, cuando compara al próspero matrimonio Kirchner con el estadista Juan Domingo Perón. Con esto quedan claras las diferencias que ponen en evidencia el error de la autora cuando escribe: “El gobierno actual y el del período anterior de Néstor Kichner es hasta ahora la expresión aggiornada de lo que planteaba el peronismo de los años 40 / 50”. Al menos que se entienda que “aggionar” quiere decir hacer lo contrario. Aclarado esto también puedo opinar cambiando ese sujeto y hablar un poco de las causas. Si, eran otros tiempos. Tiempos de grandes avances del Movimiento Obrero, tiempos de revolución.

Tiempos en que el capitalismo oponía al peligro comunista, el Estado de Bienestar, asunto este que fue la razón de ser de un coronel convertido en sagaz político.
¿Que Perón gozó de mayores recursos ? Pues esto es al menos discutible o al menos se puede hablar de valores relativos. No se debe olvidar que el Gobierno de Perón no sólo repartió parte de la riqueza acumulada por medio de la suba de los salarios, sino que, sobretodo, dio un formidable impulso a la industrialización ligada al mercado interno como eje del modelo productivo. ¿O acaso no sabe que durante esa década no existían los “planes trabajar” o los llamados “jefas y jefes” sino plena ocupación con gran impulso al mercado interno. ¿Algún parecido al modelo actual? ¿Sabe que si Ud habla de “mercado interno“ lo tratan de “cursi” o de “nostálgico” del 45? ¿No me cree? Pregúntele a Pino Solanas.

Podríamos imaginar que quizás a Cristina no le alcancen los recursos para construir 100 hospitales y 1000 escuelas ni un “tren bala” Pero bien podría hacer 10 hospitales, 100 escuelas y poner en marcha el sistema ferroviario ya existente. Desafío a los economistas a que hagan uso de sus saberes y realicen un estudio comparativo serio, porque a ojo de buen cubero, se podría vislumbrar que los recursos pueden compararse.
Bien, la autora, que paradojicamente es presentada como “historiadora”, acude a la difunta “burguesía nacional” ¿No se enteró que un rasgo de la llamada “globalización” es la desaparición de la famosa “burguesía nacional”, la que en parte fue destruida y en una parte muy importante se convirtió en gran burguesía sin fronteras? Si somos tan “concretitos” habría ponerle nombre y apellido cuando se habla de esa clase. ¿Se referirá a Amelita Fortabat, a los agronegociantes, a los productores de glisofato, a los Macri, a los Roca, a Bunge y Born, a los ganaderos? A lo mejor se refiere a Página 12 o al almacenero de la otra cuadra, porque no puedo creer que se refiera al empresario Moyano.

No ya como testigo sino como lector de pensadores, como reflexión propia, digo que el llamado neoliberalismo, globalización, y todas esa modas lingüísticas , no es más que la expresión de la consumación de la hegemonía mundial del capitalismo. Sin dudas que, cumplida esa hegemonía, parece haberse iniciado una nueva etapa de consolidación de la misma que necesita de un nuevo modelo de dominación política todavía no acabado, Es por eso que a los nuevos gobiernos latinoamericanos se los califica de post-neoliberalismo, sin especificar cuáles son sus rasgos: ¿Capitalismo vegetariano?,¿Transición al socialismo?, ¿País vivible?, ¿Monarquia socialista?
Finalmente lo que resulta más insoportable es el maniqueísmo que dicta: o con Cristina o con la “derecha”. O este gobierno o las “camarillas opositoras”.

Que yo sepa lo contrario a derecha es “izquierda”. Y es cierto que la izquierda está en el punto mas bajo de prestigio en su historia a punto tal que se ha perdido el sentido de la palabra, pero aun así, no me parece a que a Cristina pueda calificársela de izquierda, y si en cambio puedo observar que la camarilla gobernante no tiene nada que envidiar a la “camarilla opositora”, empezando por sus aliados de los cuales el empresario automotriz Moyano es paradigmático.
Y esperando ya oír el calificativo de “bipolar”, regreso a mis especulaciones subjetivas y a mis impulsos inmanentes, negándome a caer en la propuesta de Fausto, pagar la libertad del cuerpo con la entrega del alma.

lunes, 22 de febrero de 2010

¿Una Quinta Internacional bolivariana?; por Luis Mattini


Partimos del hecho indiscutido de que las guerras de la Independencia en América significaron la constitución de los Estados Nacionales afirmando el desarrollo capitalista en este continente. Eso quiere decir que, desde el punto de vista del mito del progreso, se suponía que frente al “atraso” de las sociedades americanas, los llamados patriotas fueron los representantes del “progreso” de origen europeo de aquella época. Pero claro ese también es nuestro punto de vista… digo el que aprendimos nosotros, los criollos, o sea los descendientes de no americanos nacidos en América. ¿Se nos ocurrió pensar alguna vez que podría haber otro punto de vista, además del de los colonialistas españoles?

Me atrevería decir que no. Porque me atrevo a decir que nunca nos lo fue planteado por nuestro sistema educativo, ni la línea liberal ni la línea revisionista. Nunca se lo escuché a mi maestra sarmientista, pero tampoco a Hugo Wast ni a sus sucedáneos “de izquierda”, como Hernández Arregui o Galazzo. Sin embargo existe al menos otro punto de vista muy importante y es el de los pueblos aborígenes. Para ellos, nuestros patriotas formaban parte de la opresión colonial y, en todo caso, las guerras de la Independencia fueron guerras en el intestino del orden colonial. Cierto es que en el alma de algunos patriotas estaba incluida la preocupación por los indígenas, cierto es que había quienes incluían en la liberación nacional la redención de los pueblos aborígenes, sobre todo los jacobinos como Castelli o Monteagudo, pero no era el centro de las preocupaciones de la mayor parte de los patriotas ya que ellos representaban a las clases dominantes criollas. Y para colmo los hechos posteriores a la creación de los estados independientes confirmaron la desconfianza o los “prejuicios” de los indígenas: en la mayoría de los casos, esas clases dominantes, ahora en el poder político, fueron iguales o peores que los españoles respecto a los aborígenes.

Y de esto no escapa ni el mayor héroe criollo de América, Simón Bolívar, uno de los fundadores de Estados Capitalistas. Más allá de sus declaraciones incluyendo a los indígenas entre los ciudadanos a emancipar, lo cierto es que Bolívar promovió, y luego aceptó de buen grado, la separación del llamado entonces Alto Perú para fundar la república que lleva nada menos que su nombre: Bolivia. Así se dio una de las grandes paradojas de América, una de las regiones de mayor presencia aborigen, de la parte más antigua y de extensas y muy ricas culturas precolombinas de Sudamérica, sólo comparable con México, la actual Bolivia, lleva el nombre de un conquistador, mientras que ese paisito, compuesto en su inmensa mayoría por criollos de tradición democrática, no se llama “Artigias”, sino que lleva con legítimo orgullo un nombre aborigen: Uruguay

Pero un detalle no menor fue que Bolívar no sólo propició la división del Perú porque, entre otras cosas, era una amenaza para su muy criolla “Gran Colombia (fíjese que nuevamente la manía con los nombres europeos: Colón) sino que redactó la primera constitución para la flamante república de Bolivia, cuyo texto expresaba una mezcla de principios del republicanismo liberal con la defensa contra el desorden que, según él, amenazaba los logros de los libertadores hispanoamericanos, en particular, como queda dicho, el destino de la Gran Colombia, que en apariencia se mantenía tranquila pero en la que desde hacía poco se estaba oyendo un creciente coro de quejas.
Bolívar llegó a la conclusión de que era necesario enderezar la balanza a favor de la estabilidad y la autoridad; y la constitución boliviana fue la solución que dio. La característica más importante de la constitución fue la prescripción de un presidente vitalicio que tenía el derecho de nombrar a su sucesor; como una monarquía constitucional, cuyos poderes legales estaban estrictamente definidos, nobleza obliga reconocerlo, pero que a la vez tenía un muy amplio potencial de influencia personal. Este invento se complementaba con un complejo congreso de tres cámaras una de las cuales era la Cámara de Censores. El tono general de la constitución era una mezcla apenas convincente de cesarismo y aristocraticismo. En Bolívar ni el jacobinismo ni la vocación democrática parecían su fuerte, menos aún el internacionalismo.

Bien, los historiadores dicen que el libertador tuvo sus razones; La necesidad de orden, frente al lógico caos post guerra revolucionaria, era la principal, pero entre las no menores, estaba también el hecho que las clases dirigentes de esa época consideraban que los pueblos de Iberoamérica no estaban maduros como los anglosajones para ejercer la plena democracia.

Bueno, uno no quiere ser mal pensado, pero a juzgar por los hechos parece que ese prejuicio sigue firme doscientos años después. Tenemos síntomas de monarquía en Cuba, re-re-reelecciones lamentablemente tanto entre los progres venezolanos, como entre los reaccionarios colombianos y en varios países; además estamos llenos de padres protectores. Ni hablar de esa clase bien llamada “despotismo ilustrado” que existe no sólo en Argentina, sino en toda Iberoamérica.

Pero Iberoamérica no es solo las guerras de la independencia, es toda una historia de luchas posteriores, con harta frecuencia impregnadas de clasismo pero disfrazadas de “nacionales y populares”, envenenadas de nacionalismo, ese indigesto invento europeo que hemos sabido importar sin el debido asco. La revolución mexicana es el máximo ejemplo seguido por la fresca revolución cubana. De allí tenemos figuras alejadas de intereses de la burguesía, de los Estados nacionales; como ser, Pancho Villa, Zapata, Sandino, el Che, Camilo, el subcomandante Marcos y otros hombres saludablemente ajenos al nacionalismo. ¿José Carlos Mariátegui me recuerda Ud.? Ah si, claro…incluso él, a pesar de su desdén por los criollos descendientes de africanos, escrito en su séptimo ensayo de interpretación de la realidad peruana. ¿Por qué entonces Chávez, desde Venezuela, llama a crear la Quinta Internacional bajo la inspiración del patriota Bolívar, creador de Estados nacionales, o sea lo contrario al internacionalismo? ¿Por qué, si su llamado es sincero, no se inspira en los revolucionarios de Nuestra América? ¿O es que todavía no hemos superado el contrabando stalinista que supimos comprar a pesar de nuestras críticas al stalinismo? Me refiero a ese contrasentido llamado “Patria Socialista”, base de la pretendida “vía estatal” al socialismo, la que en última instancia fue en la URSS y en China, la ”larga vía hacia el capitalismo”.

Convengamos que el improvisado Chávez puede decir lo que se le ocurra repitiendo unas re manidas frases marxistas. Convengamos que está imitando a los cubanos, sin ver que Cuba se aleja cada vez más del marxismo para acercarse al espejo del Estado Teocrático Norteamericano, en forma de sutil monarquía. Pero lo asombroso es que viejos militantes, gente que como yo, llevamos décadas de lucha desde una postura internacionalista, compremos ese discurso Entonces pregunto: Si queremos ser radicales en nuestras posturas —y no cabe dudas que Chávez pretende “corrernos por izquierda”— por qué un burgués, muy honorable, muy revolucionario, pero burgués al fin y al cabo, como Bolívar y no un rebelde y revolucionario de vocación como el Che, Zapata o el subcomandante Marcos?.

Pero veamos también la experiencia vivida ya por millones de personas que no sólo nos sentimos internacionalistas, sino que ha sido nuestra práctica militante: la Primera Internacional, fundada por Marx y los anarquistas, cumplió un papel importante en la organización de la clase obrera de su época y luego se agotó por insuficiente desarrollo al no poder contener a los anarquistas, los socialistas y los comunistas todos juntos. La Segunda Internacional, fundada por Engels, creó socialdemocracia mundial y entró en crisis cuando los partidos socialistas fueron capturados por el chovinismo en la “defensa de la patria” en vísperas de la primera guerra mundial. La Tercera Internacional, fundada por Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo fue la respuesta a la catástrofe ideológica de la Segunda, A los pocos años , con la muerte de Lenin y Rosa, el destierro de Trotsky y la zorroneria de Stalin asumiendo el poder absoluto, fue esclava de su sujeción a la política estatal de la URSS y finalmente disuelta en las postrimerías de la segunda guerra mundial, por el pacto de los rusos con los aliados. La Cuarta Internacional, un invento de Trotsky, existió sólo como un grupo de “burócratas sin fronteras”, sobre todo como una rara celestina de partidos trotskistas que en medio siglo solo han aprendido a recitar un discurso contestario parándose siempre “a la izquierda” en toda asamblea, para ver pasar la revolución a su costado. Digamos a título de ejemplo, que el PRT-ERP argentino, dirigido por Santucho, tuvo que romper con la Cuarta Internacional para poder llevar adelante la práctica guevarista que le caracterizó

Conclusiones: es infructuoso y contraproducente impulsar grandes conglomeraciones internacionales “por arriba”. Haciendo una caprichosa analogía, observemos también las dificultades para el desarrollo de los novedosos “Foros” que se reúnen para discutir y encarar problemas comunes a los seres humanos. Queda cada vez más a la vista que la política de transformación revolucionaria se diluye cuando se desliza por la superestructura. La historia de la humanidad revela que los cambios se fueron dando desde abajo y sólo en determinado momento, el de la insurrección o del asalto al poder, se proyecta todo hacia la superestructura. De pronto vemos que en realidad cuando una revolución “estalla”, realmente es porque ya se hizo; la cruda realidad de la historia, además, indica que la revolución siempre sorprende a los revolucionarios. Justamente, el talento revolucionario es prepararse para la sorpresa.

Pero respecto a la disparatada propuesta de Chávez, digamos que las consecuencias trágicamente dolorosas de la práctica de la Tercera Internacional, su sujeción a las necesidades de la URSS, enseña que no se puede ni pensar en un organismo mundial en el que compartan espacios de lucha los movimientos revolucionarios en el llano, con los gobiernos de un Estado. Un Estado, cualquiera fuere, capitalista o socialista, obedece objetivamente a políticas e intereses de Estado y estas políticas, no sólo suelen no estar acordes con las políticas de los movimientos en el llano, sino que , la mas de las veces se contradicen. Tenemos la trágica experiencia de la URSS y China y la amarga experiencia de Cuba. Un Gobierno de un Estado se debe al Estado.

Por último, a ver si alguien tiene a mano la forma de informarle a Chávez que el socialismo marxista desarrollado, implica la disolución del Estado. El comunismo sólo será realidad como movimiento social, con la disolución del Estado.

Y no es sólo que yo me he hecho anarquista a la madurez, (o a la vejez, como dicen algunas por ahí) sino de que este siempre fue el punto común entre Marx y el anarquismo.

sábado, 9 de enero de 2010

La moral, la tragedia ateniense y la ética.


Algo sobre el papel del individuo en la historia

Propongo un breve examen sobre el papel de los seres humanos en la historia y dentro de ella el papel del individuo, aclarando que este examen deviene fundamentalmente de nuestra experiencia militante

Aclaración: Para evitar las antiestéticas consecuencias literarias en castellano de ese feminismo beato, de claro signo anglo sajón, que, trasladado a nuestra lengua, confunde un elemento gramatical llamado "género" , femenino y masculino, con otras acepciones de esa palabra, como ser los géneros sociales, biológicos o tejidos, aclaro que en todos los casos me refiero a seres humanos: mujeres y varones. Prometo poner mi buena voluntad no usando el vocablo genérico "hombre", pero mi buen gusto se niega a escribir "la persona y el persono"; " el ser humano y la sera humana" o ese absurdo adefesio de cambiar la muy latina letra "o" por el signo arroba en las palabras en posición gramatical genérica. ("todos, "muchos" "amigos" , "nosotros", etc)

Bien, terminada esta aclaración, digamos que yo empecé a militar a los quince años cuando de un modo casual, casual en lo que hace a mi concretura, me topé con gusto con la idea de que éramos agentes de la historia. La adquirí de inmediato con enorme entusiasmo, porque esa idea funcionó como un fortísimo estimulante, casi diría una justificación venida desde cierta trascendencia, al impulso vital que, no se sabe desde dónde, nos empujaba hacia el compromiso militante. Y cuando nuestros padres, tíos, vecinos o compañeros de trabajo nos preguntaban, respondíamos de diversas maneras, plenos de pasión y satisfacción por "el hacer", argumentando que militábamos porque no tolerábamos la injusticia social, que nos dolía el sufrimiento de los niños, que el mundo debía ser cambiado; pero en última instancia nos decíamos agentes de la historia. O sea un rol predeterminado, una especie de mandato.

Insisto, hoy a más de cincuenta años de esas cosas, estoy seguro que eso era sólo un argumento para darnos derecho a actuar y coraje para enfrentar las oposiciones. Porque el impulso estaba signado por la potencia del deseo, entendiendo éste como la tendencia de cualquier cuerpo a realizar sus potencialidades. Si era el cuerpo el que pensaba y hacía, era el cerebro el que debía justificar esa acción, esa manifestación del deseo. En ese aspecto éramos inmanentes con justificación trascendente. Nos movíamos por fuertes impulsos del deseo interno pero lo argumentábamos con la trascendencia externa de la historia como una determinación. Para jugar con las palabras, se podría decir que en teoría aceptábamos la trascendencia pero en la acción concreta nos movíamos en la inmanencia.

La prueba de ello fue que nosotros, en los hechos, no hemos respetado las supuestas "leyes de la historia" que dictaba la postura trascendente, idealista o materialista; o sea las "condiciones" para actuar, no aceptábamos la afirmación que para poner fin a la injusticia había que esperar la maduración de las condiciones, el "desarrollo de las fuerzas productivas". Así, por ejemplo, de hecho, en nuestra práctica, compartimos sin saberlo, el sano criterio feminista, —el modelo más acabado de la inmanencia que les hace rechazar el papel que pretende adjudicar a las mujeres la visión trascendente—, de plantear la reivindicación "aquí y ahora". Sin embargo, contradictoriamente, en nuestro discurso trascendente sosteníamos que la mujer debía esperar la liberación del proletariado, por ser el sujeto histórico que, al liberarse a sí mismo, liberaría a toda la humanidad. Por suerte el feminismo no escuchó este discurso trascendente y, por el contrario lo rechazó en teoría y en práctica; así cotidianamente siguen cosechando, con altibajos pero en sentido creciente, cada vez más conquistas.

Ya aceptando el compromiso racional con el determinismo histórico, nos obstante, nos subdividíamos en dos tendencias: aquellos que creían que la historia la hacían personas determinadas y aquellos que sosteníamos que la historia era obra de las masas, del pueblo. Los primeros eran proclives a lo que yo llamo "visión conspirativa de la historia" Para ellos todo dependía del talento de los grandes hombres y en consecuencia también el mal dependía de la maldad de los gobernantes, tiranos o corruptos.

Plejanov, el padre de marxismo ruso, tiene un interesante trabajo "El papel del individuo en la historia" en el que, partiendo de que la historia la hacen los pueblos, las masas, señala cuál es el mérito y los atributos que deben tener los dirigentes y su relación de ida y vuelta con las masas. En ese sentido el libro de Plejanov fue nuestro manual. Sobra agregar que la literatura marxista es riquísima en este tema.

No así en lo específico de la visión conspirativa de la historia, pues suele ser una postura eminentemente emocional, probablemente irracional que se refleja en los hechos, a veces incluso en individuos que aceptan formalmente la teoría de Plejanov. Ocurre que esta concepción surge cuando ciertos hechos no tienen explicación, contradicen la teoría. Por ejemplo: la caída de los dirigentes que aborta una acción revolucionaria; entonces la visión conspirativa sugiere que tiene que ser la obra de un traidor. Esta visión es realmente aguda cuando atribuye las limitaciones de los revolucionarios a maniobras insidiosas del enemigo, o sea literalmente cuando el enemigo conspira dentro de la organización. Insisto, este punto de vista es nefasto porque ubica siempre el mal fuera de nosotros y por lo tanto impide el aprendizaje, la corrección. Porque recíprocamente todo dependerá de la genialidad del dirigente o del agente enemigo. Una mirada atenta nos indica que este punto de vista tiene cierta raíz monárquica y explica la transformación de los revolucionarios en el poder en una especie de nueva nobleza, gobernantes eternos, como en caso de algunos asiáticos, incluso en Cuba, el recambio de los cuadros por herencia familiar.

Esa visión conspirativa se expresa también en frases hechas, consagradas como verdades absolutas, como ser. "Un traidor puede con cien valientes". O la expresión popular "Seguro que hubo una cantada". "Todo hombre tiene su precio" O sea, los problemas no se derivan de una correlación de fuerzas, de mayor o menor talento de las partes en lucha, de circunstancias, incluso de determinado grado de azar, sino de traiciones o genialidades. En ese sentido conspirar es casi mala palabra, significa actuar traidoramente. Nosotros, en cambio, llamábamos "métodos conspirativos", a los métodos para moverse en la clandestinidad cuya esencia era aparentar distinto a lo que se era. Las condiciones de un actor, de un farsante, eran beneficiosas para un clandestino pues podía disimular mejor.

Este es el planteo del asunto: Intento no presentar las cosas en blanco sobre negro, sino ver que todos tenemos alguna brizna de esa concepción. Dicho de otra manera, todos los humanos tenemos al menos algunas briznas de idealismo o materialismo, de búsqueda de la trascendencia y actuar con la inmanencia, de conspiradores, de sentimientos egoístas y altruistas; lo único que nos define y establece las diferencias esenciales es "el hacer".

Y el tema no sería digno de demasiada preocupación si sólo se tratara de unos individuos aislados con visiones conspirativas, sino de que este aspecto está más extendido de lo sospechado y cobra más cuerpo a medida que la tarea emancipatoria de hace mas difícil, dicho de otra manera, frente a la amenaza de derrota.

Porque, lo repito de otro modo, la visión conspirativa de la historia lo explica todo y deja a los sobrevivientes la conciencia tranquila. "Yo hice las cosas bien, pero me traicionaron". La teoría del "entorno" que consiste en pensar que las "fallas" de los dirigentes, se deben a su "entorno", una especie de cortesanos que los aisla del mundo real. Eso fue claro en los Montoneros con respecto a Perón.

A propósito de tal, me distraigo un momento del tema central para recordar que en la discusión sobre los años setentas por parte de protagonistas sobrevivientes, testigos de época y descendientes de ambos, se verifica la presencia de esta visión conspirativa de la historia. Esto es, creer que no triunfamos culpa de traiciones sin analizar a fondo las causas en cada momento y en su conjunto. Creer que Montoneros fracasó porque fue un grupo fomentado inicialmente pro la CIA es tan absurdo como cuando el envidioso de Virgilo Expósito dijo por radio que Gardel era un producto de Broadway.

El otro extremo es la muy racionalista idea de que si las cosas se piensan correctamente y se planifican con justeza , siempre tienen que salir bien. Si no salen bien, no es porque el oponente fue más sagaz o talentoso, porque hubo circunstancias, sino por que se hicieron mal. El racionalismo consiste en creer que siempre se puede saber a priori mediante el razonamiento analítico previsible, o sea que el cerebro puede conocer antes que el cuerpo. Creer que se puede aprender a nadar antes de meterse en el agua.

Esto que se ve sin alarma en la vida cotidiana, durante el desarrollo más o menos "normal" de las cosas, cobra carácter, a veces de tragedia, en las situaciones agudas, de extremo enfrentamiento y riesgos de vida. Tragedia sí, a veces tragedia, en el sentido ateniense del concepto. Tragedia es cuando los hechos se precipitan sin arreglo a las mentadas "condiciones objetivas" y se juega el destino del "factor subjetivo", entendiendo éste como la voluntad del individuo.

El caso de la acción del Che en Bolivia es paradigmático, sobretodo porque detrás de ese ejemplo nos movimos toda una generación. Porque la experiencia del guevarismo confirma la afirmación de Nietzsche en el sentido que los atenienses tenían un sentido de alegría de lo trágico. La mayoría de los que participamos recordamos aquellos tiempos como los años mas felices de nuestra vida a pesar de la derrota y las dolorosas pérdidas Visto desde hoy, con la distancia que da el tiempo y los acontecimientos posteriores, es casi indiscutible que el proyecto de iniciar "uno, dos, tres, muchos vietnams" no se correspondía con las mentadas condiciones objetivas. Dicho de otra manera, se podía prever la derrota. De hecho muchos la previeron y por eso no se comprometieron y hoy en día nos refriegan ese acierto preventivo como una hazaña del intelecto. Claro que prever la derrota es siempre mucho más fácil que prever la victoria.

Ocurre que quienes se vanaglorian de haber "acertado" con su crítica al foquismo de Guevara, olvidan y se desligan de toda responsabilidad en la vergüenza de la guerra de Vietnam. Olvidan el discurso del Che en Argelia donde condena a los países socialistas porque han abandonado a Vietnam a su suerte. Desde el punto de vista de la moral, entendiendo por esta, la conducta ordenada por La República de Platón, que el movimiento emancipatorio progresista adquirió acríticamente, aceptando ese "deber ser" moral; desde ese punto de vista, digo, la oposición al foco de Guevara era correcta, porque el foco significaba poner en peligro todo lo ganado por el progreso de las diversas revoluciones. Particularmente a partir de la rev. rusa incluyendo la rev. cubana. Repito, desde la visión moral…otra cosa será desde la ética. Porque lo que da un carácter trágico a los hechos, es que el foco de Guevara se correspondía a una respuesta ética aunque la razón indicara que la derrota sería inevitable. Y así fue, sobran todos lo traidores de esa gesta para explicar la derrota. Fue tragedia ateniense, que intuía la política como el arte de lo imposible porque para hombres como el Che, no existía otra posibilidad que la imposibilidad. La ética lo hacia concebir su destino unido a la comunidad, expresada en este caso en el crimen de Vietnam, perpetrado por los EE.UU, pero a la vez permitido por el resto del mundo ordenado, como dije antes, según el modelo de la república de Platón: esto es cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa. Por eso, esa misma ética implicaba que, de no actuar, asumía al menos parte, pequeña, claro, pero suficiente como para compartir la responsabilidad del crimen.

Dicho directamente: el foco de Guevara fue la respuesta ética a la guerra de Vietnam, recogida después por el Mayo Francés — "seamos realistas, pidamos lo imposible"— y la llamada nueva izquierda en el mundo. Esa ética es la que heredamos , y la diferencia actual pasa por los que la abandonaron y los que no la abandonamos aún a riesgo de no salir de la tragedia.

Volviendo al tema central del este trabajo, recordemos que, respecto a la derrota del Che, siempre se habló de "la traición de Monje" Pues, me tomo la licencia poética de hablar en subjuntivo con un toque de potencial , y digo, hoy no cabe dudas que aún si Monje hubiera cumplido con lo pactado brindando el apoyo total del Partido Comunista de Bolivia, la gesta del Che hubiera sido derrotada de todos modos, simplemente porque el capitalismo habría salido de sus crisis con una mayor capacidad creativa que el socialismo. Por otra parte hoy podemos confirmar que aquello que llamamos socialismo, fue como lo definiera el mismo Lenin, una forma de capitalismo de Estado.

Tratando de lograr una síntesis de lo que pretendo mostrar, repito, mostrar, no demostrar, digamos que al contrario de la versión conspirativa de la historia que le atribuye a ciertos individuos, genios, talentos, artistas o traidores, un grado inaudito de omnipotencia, los hechos indican que en tanto y cuanto acción real inmanente, los seres humanos no logran la conducción consciente de sus actos, la resultante de una empresa propuesta será por lo común inesperada, más aún una revolución. De allí la sabiduría del gran Víctor Hugo cuando afirmaba que toda revolución es una gigantesca improvisación. El talento de los protagonistas consiste en aprovechar toda la potencialidad de esa enorme improvisación.


Los límites de la conciencia

Sobre la primera parte de este texto, una buena amiga que tuvo acceso al manuscrito me comentó lo siguiente

"el texto es excelente, entrador, polémico, me hace sentir que me llevarás a alguna parte ... y esa parte me genera una gran curiosidad ..."

Sencilla pero aguda crítica pues reveló la falta de completud del texto. Entonces yo me pregunto ¿qué falta? Me respondo: llegar a donde iba y entonces aparece la pregunta verdadera: ¿hacia dónde voy? En realidad voy al final para encontrar el origen. ¿Por que me interesa el origen si estoy ya cansado de escribir sobre el pasado? Pues porque quizás saber como fue el origen nos inspire para saber cómo hay que hacer hoy. Atención, dije "nos inspire" no estoy diciendo que vamos a encontrar la fórmula. Buscamos inspiración.

Porque hay que recordar que crecimos en la lucha social, en el sindicalismo y en la política con una creencia poderosa: el papel de la conciencia. Estábamos convencidos de que cuando el individuo es consciente, lucha, se defiende, ataca, busca soluciones, etc. Lo contrario de la conciencia es la inconciencia o, mas simple, la no conciencia. La tarea militante era entonces, de acuerdo a este credo, crear conciencia, porque las transformaciones sólo la pueden hacer las masas. La tarea del militante era muy parecida a la de un maestro. ¡Las veces que habremos bregado que todo militante es un maestro cuya misión era despertar conciencia! Los sacerdotes del tercer mundo, insufribles docentes, espantaron a la Real Academia de la Lengua con la verbalización del sustantivo conciencia transformado en el verbo "concientizar".

Pero a lo largo de los años ocurrieron dos fenómenos que nos hacen revisar estas ideas: uno: muchas personas adquirieron la conciencia y no asumieron el compromiso militante; dos: muchas personas se sumaron a la militancia con escasísima conciencia y la fueron adquiriendo en la lucha.

La segunda observación es: ¿tiene que ver la conciencia con la educación concretamente con la alfabetización? Su correlato ¿es más conciente un alfabetizado que un analfabeto? La respuesta en base a nuestra experiencia concreta es ambigua, puede ser tanto uno como otro, es decir hubo gente que se sumó en un acto de conciencia, digamos "bien pensado" y gente que se sumó en un arranque espontáneo y en la lucha adquirió la conciencia. Pero en este punto es necesario levantar el ángulo de análisis aunque sea como referencia: uno de los pueblos más analfabetos de Europa hizo la revolución rusa y uno de los pueblos más alfabetizados creó el nazismo.

Para abreviar este camino adelanto la siguiente observación, tanto la experiencia histórica como la observación militante muestran que la conciencia es condición necesaria pero insuficiente. Luego que no existe un concienzómetro y que la relación de la conciencia con la educación es relativa. Un sencillo razonamiento indica que adquirir conciencia debería ser más fácil a un alfabetizado porque puede utilizar los instrumentos de instrucción. Pero la misma experiencia indica que detrás hay un condición social que actúa en los individuos sin perjuicio de alfabetizados o no. A esto hay que agregarle el concepto marxista de clase, las categoría explotación y opresión, las que estipulan que el papel en la producción influye, condiciona, la conciencia, porque está determinada por el sujeto histórico.

Va de suyo que no pretendo ser original con estas inquietudes. No son nuevas, tan viejas como la militancia y el viejo Lenin tiene todo un tratado sobre la conciencia, a la que define como "el espejo subjetivo de la realidad". Además de los pensadores, la psicología se ocupa del asunto. En fin….pero lo que me motiva es que sobre el tema no se sabe lo que no se sabe: O mejor dicho la mayor ignorancia es creer que se sabe.

Por ejemplo: recuerdo en uno de los tantos actos electorales de los últimos tiempos, un viejo, viejo de edad digo, un intelectual del P.C. de alrededor de setenta años, soltó soltura y desparpajo una frase de manual leninista: que las elecciones servían para medir "el grado de conciencia de la clase obrera" Este caballero repetía una frase que en su juventud le había escuchado a Lenin, y en su larga trayectoria política en el Partido no se le ocurrió verificar la vigencia de semejante postulado. En ese momento la mayor parte de la clase obrera de Argentina votó e Menem. Recordemos cómo había sido antes: 1973 ganó Cámpora en nombre de Perón; fue un voto contra la dictadura de Lanuse; meses después ganó Isabelita con Perón moribundo, fue un voto contra Cámpora y la aventura montonera; en 1983 Alfonsín barrió; la clase obrera volvió a votar positivamente contra la dictadura. y luego votó a Menem, el hombre que desarmó el Estado de Bienestar. Después se votó a la insufrible clase media que tuvo la virtud de facilitar el argentinazo del 19 y 20 de diciembre. De esos hechos emergió la pareja real Kirchner, la caricatura de los Montoneros. Caramba que sufre altibajos la conciencia de la clase obrera argentina.

¿Sólo en Agentina? Ni hablar de lo que son los actos electorales en los países de tradición politizada como Italia, donde se alternan los gobiernos de izquierda y de derecha, por ejemplo. Ni hablar de ese nuevo invento llamado "voto castigo" sumun del orgasmo del Estado de Derecho.

Es evidente que las elecciones, al menos ahora, no sirven como concienzómetro.

Y también queda a la vista que la conciencia es condición necesaria pero insuficiente. Ello significa que hay un sentimiento ¿qué dije? ¿sentimiento? Pero la conciencia no es sentimiento, es pensamiento.

¡Pues ahí esta el rastro de lo que buscamos!.

Lo que impulsa a la acción no es un pensamiento sino un sentimiento.

Ese sentimiento se llama deseo. Entendiendo a este, como fue expuesto en la primera parte, no como una tentación, no como un sentido de poseer, de posesión, sino como el impulso del cuerpo que busca desarrollar toda la potencialidad. Y aquí me llega el comentario de mi amigo Miguel que me recuerda lo que escribe Leibniz "a veces podemos obtener o hacer lo que deseamos, pero nunca podemos desear lo que deseamos"; es decir, las personas no son el "motor" de sus deseos, la cosa pasa por asumir o no lo que nos constituye y atravieza como deseo.

¿Será muy místico decir que el origen del deseo es misterio?

El deseo es, en primer lugar, sed de creación.

Interesante; ahora me surge la siguiente reflexión: el deseo es corporal, no racional, la conciencia es cerebral, racional. El deseo es la voluntad, la decisión, la acción; la misión de la conciencia, en cambio, es determinar cómo será esa acción. ¿Será muy esquemático inferir que la conciencia, como bien racional se corresponde más con la moral (la que indica el "deber ser") y el deseo como impulso vital del cuerpo se corresponde con la ética? (Me temo que los expertos en filosofía me agarren a los cascotazos.)

Pero aun a ese riesgo saco la conclusión siguiente: la fuerza vital del deseo activa la conciencia y la depura de la moral y la impregna de ética.

Digamos al pasar que podemos resumir la ética diciendo que es la fidelidad al deseo.

Y la conclusión sobre la época actual: sobra conciencia y sobra moral (por algo se la pasan marchando y parodiando a los setentistas, sin ver por donde pasa el sujeto activo)

Insisto en las marchas porque es casi la a única actividad militante, o bien toda militancia está presente allí. Paradójicamente el Che marchó mucho más después de muerto que cuando estaba vivo. Poca gente sabe que el Che no fue el militante estudiantil clásico, casi no se le conoce actividad de ese tipo. Casi no se conoce petitorio estudiantil con la firma de Ernesto Guevara. Muchacho de bajo perfil, sin dudas.

¿Y nosotros? Pues claro, a veces marchábamos para solidarizarnos con determinado movimiento en lucha. Pero nunca hicimos una marcha para peticionar algo al gobierno. Nosotros no peticionábamos. Lo tomábamos, pués.

¿Será que las marchas actuales están muy influidas por el criterio televisivo que lo que no se ve no existe? Tengo para mi que las marchas actuales es la muestra de cómo la izquierda ha sido captada por el criterio que la política es espectáculo. De allí la importancia mayor a la fanfarria—carteles, gorritos, uniformes, banderitas, etc— que a la acción de una marcha.

Sea como fuere el abuso del marcheo indica que es una forma central de hacer política. Y en la marcha se verifica lo dispuesto en la republica de Platón, cada cosa en su lugar, nadie puede salirse del cuadro; el "sistema" parece haber incorporado el marcheo como manera de control social, sobre todo como manera de sostener la iniciativa. Salirse de la marcha sería como salirse del sistema. Cuando digo salirse de la marcha, quiero decir, inventar otra cosa.

La marcha es, entonces, la expresión mayor de conciencia de la izquierda actual, por lo tanto su expresión moral. Y desgraciadamente refleja plenamente su pobreza espiritual.

Pero, por otra parte no se puede llevar adelante acciones políticas transformadoras si no se intenta al menos capturar la iniciativa. Iniciativa para romper lo dispuesto en la república de Platón, para romper la iniciativa del Poder. No puede haber creatividad sin iniciativa y viceversa, no puede haber iniciativa sin creatividad. Claro para asumir iniciativa y creatividad, además se necesita una gran cuota de coraje. El riesgo es que esa iniciativa se transforme en sentido ateniense de la Tragedia. Vimos como eso ocurrió con la formidable iniciativa de los revolucionarios en la guerra de Vietnam.

Para blanquear la metáforas lo diré claro: Iniciativa es rebeldía, y el Poder no perdona la rebeldía, la falta de coraje es no atreverse a la rebelión.

Rebelión en serio muchachos, no rebeldes folclóricos tipo Castells

¿Qué falta entonces para cobrar iniciativa?

Dicho de otra manera ¿Por qué la izquierda no sale del pozo?

Pues está claro, se puede oler en el aire: falta deseo, por eso se aprecian griteríos, y consignas racionales, trajes vistosos, intentos de murgas, pero muy poca pasión.

Sobra conciencia, sobre todo conciencia de que el deseo nos haga caer en otra Tragedia. Conciencia del riesgo de pagar caro la rebeldía, contra la democracia representativa por la democracia plena.

Dicho de otra manera: sobra miedo, miedo a la Tragedia.

Porque en el fondo, creemos en el Estado de Derecho y no hemos aprendido de los griegos a jugar con los Dioses, es decir a disfrutar la Tragedia. Claro, en tiempos de los atenienses no existía el Estado de Derecho, este es un invento de la burguesía europea para regular la democracia que inventaron los atenienses.

Curioso, los guevaristas tampoco creímos en el Estado de Derecho y sí en la democracia, pero no como sustantivo sino como verbo; no como institución de representantes sino como práctica presente.

Por eso sobra la conciencia y la moral. Por eso las marchas son tan ordenadas, tan al estilo de la República de Platón o sea, repito, paradigma del Estado de Derecho, transformador de la democracia en "representativa".

Falta acción y la acción no surge de la representación ni de la conciencia, surge del deseo presente, no re-presentado.