martes, 29 de diciembre de 2009

¿Hay que transformar el mundo o hacerlo de nuevo?

Por Luis Mattini

“La existencia del Estado y de la esclavitud son inseparables"

(Karl Marx)

Según el mito del progreso, al capitalismo le sucedería necesariamente el socialismo y por último el comunismo al final de un largo camino en el que se integraría todo lo conquistado por la cultura humana en la historia. Pero este paradigma confundió una postura ética, ontológica, perenne, de Marx –la llamada Tesis 11, “no sólo interpretar sino transformar al mundo”– con su puesta en práctica, el llamado al combate, mediante una hipótesis de Marx que sirvió de impulso a ciento cincuenta años de lucha: Esta hipótesis consistió en considerar el carácter objetivamente revolucionario de la clase obrera como emancipador de la humanidad y la apuesta a la revolución proletaria en la crisis del capitalismo. Sin embargo, al asumir como “ley” lo que era un cuerpo de creencias, una apuesta, una buena hipótesis, se olvidó que Marx afirmó también que, si al momento de la crisis capitalista, el proletariado no hacía tal revolución, la humanidad podría regresar a la barbarie. Esto indica que Marx no fue un cultor del mito del progreso; por el contrario temía y previó la regresión.

Este es el momento actual previsto; el de la crisis capitalista y el riesgo de regreso a la barbarie que se expresa en la presente decadencia de la civilización y la grave amenaza al medio ambiente. Más que riesgo, en algunos aspectos estamos viviendo ya la barbarie.

Otra hipótesis

Vamos a intentar ahora otra hipótesis guía bajo la inspiración de la misma Tesis 11.

Quizás no se trata de cambiar al mundo sino de hacerlo de nuevo.

¿Cuáles serían las consideraciones a tener en cuenta para este enunciado?

Primero, que no hubo “estrategia” trascendente en la formación del mundo, sino que fue espontáneo. De modo que para “hacerlo de nuevo” no necesitamos “estrategia” trascendente, necesitamos acción inmanente.

Segundo, no concebir ya al socialismo como automático sucesor “material” del capitalismo en donde la ruptura sería sólo un acto político (revolución) de captura del Estado, puesto que el capitalismo no es un simple sistema económico cuyo aparato de dominación es sólo el Estado, sino una relación social que interactúa; la sociedad de mercado reproduce la relación social y viceversa, tal relación reproduce el mercado. El ciudadano, el sujeto se troca consumidor, en objeto. Es decir que todo producto de ese progreso es, en principio, sospechoso de trocar al sujeto en consumidor, real o virtual.

El socialismo que propiciamos ahora implica, entonces, un enorme esfuerzo de creación, no sólo reparto ya de la riqueza, sino también una profunda ruptura con una forma de producir y consumir. Por ello ahora la lucha entre capital y trabajo y explotación de los trabajadores está contenida en una lucha contra la amenaza de muerte que sufre la humanidad por la producción biotecnológica, minera o la búsqueda de combustibles.

El progresismo es el primer sostén actual del sistema.

En efecto, ocurre que esto, visto desde el “progresismo”, contiene como insospechada consecuencia, una resistencia que aparece como “conservadora”, toda vez que la dominación no reside sólo en la propiedad de los medios de producción, sino en el carácter mismo de esos medios. ( resistencia que, de hecho, están haciendo los sectores más radicales en el mundo) Hay que asumir que el progresismo conceptual es el primer sostén actual del sistema, ya que no siempre se recuerda que el mito del progreso es un atributo del capitalismo.

Marx explicó muy claro en el Manifiesto Comunista que la burguesía es una clase que no puede existir sino revolucionando constantemente y que en esa revolución creaba –a su pesar– las bases materiales para el comunismo. Pero de allí no debe deducirse –como se hace– que la esencia de la humanidad es vivir revolucionando de modo constante los medios de producción. Porque el ser humano no es esencia sino potencia, por tanto puede decidir si revolucionar o no. Hoy queda claro que la humanidad debe “regular” (y hasta “conservar”) los cambios en los medios de producción, reservando aquellos óptimos y sustentables a la satisfacción de un reino de la libertad posible solamente logrando el equilibrio ecológico.

Porque hoy las bases materiales para la socialización universal están harto satisfechas y, sin embargo, la “revolución” de la burguesía continúa, no sólo explotando trabajadores, sino amenazando la vida misma. Nunca, en la historia hubo mayor revolución tecnológica y a la vez mayor diferencia entre ricos y pobres; y por primera vez en riesgo para el planeta. Ya no se trata sólo de liberar a la esclavitud asalariada, sino de preservar la vida de la especie de la catástrofe ambiental. .

Por eso la resistencia de los desposeídos aparece como “conservadora” frente a esta ofensiva capitalista que ya no extrae plusvalía sólo de la fuerza de trabajo, sino también de la vida. De ahí que algunos pensadores insistan con el concepto de “biopolítica”

¿El Estado o la Comuna?

Los marxistas parecen no haber entendido al Marx de la gemeinweser, (comuna) que escribió: "La Comuna no fue una revolución contra una forma cualquiera de poder de Estado, legitimista, constitucional, republicana o imperial. Fue una revolución contra el Estado como tal, contra este aborto monstruoso de la sociedad”– porque ese marxismo posterior a la Comuna de Paris, por el contrario, hizo un culto del Estado y consideró lo magno como lo superior, la apología de los Estados Nacionales avanzando hacia los Estados multinacionales.

Hoy ese reagrupamiento de Estados, diluyendo los Estados Nacionales, lo está haciendo el capitalismo. En el caso de América Latina y Europa con el entusiasta apoyo de las izquierdas. Al menos reconozcamos la paradoja: que la resistencia radical a estas tendencias del capitalismo son “conservadoras”: tienen la apariencia de “regreso” a la comuna. La izquierda tradicional la critica por falta de “estrategia”, por demasiado “comunales”

Pero, atención: quizás en ese “regreso a la comuna” se encuentre la alternativa a la producción biotecnológica.

Por otro lado recordemos que ese paradigma de lo magno cubre toda la vida humana, a tal punto de ser el autor de esa gran abstracción llamada “mundo”. Abstracción que, facilitada por la televisión, se transforma en la más grande de las ilusiones que ha conocido la humanidad: la ambigua ilusión de, por un lado conocer e incidir en ese “mundo” y por otro, la impotencia de no poder hacerlo. Si lo que hago en mi barrio no sale en TV no “incide” en el mundo, por lo tanto no vale nada, no existe. La pantalla es la realidad, aún para los protagonistas.

El mismo paradigma de lo magno se plantea en la organización: grandes partidos o movimientos de millones de personas nacionales y proyectados de la misma manera hacia el ámbito internacional. Las huestes del proletariado preparando la batalla decisiva contra las hordas del capitalismo. Vanguardia y homogeneidad “ideológica” que, no por casualidad, fue sistemáticamente homogeneidad en la obediencia. El estalinismo fue su expresión más extrema y perversa, más no la única.

Hoy la resistencia radical a los agronegocios, la minería a cielo abierto y la depredación en los combustibles contra la agresión al medio ambiente, se organiza en miles de grupos heterogéneos, quienes intuyen cada día más que en que en la multiplicidad está la vida y la creatividad, al mismo tiempo que buscan formas de articular las luchas, sin que ninguna batalla sea decisiva y todas son importantes y, sobre todo, sin centralizaciones burocráticas.

Además, el paradigma anterior, hijo dilecto de las ciudades, no podía menos que ser urbano. El campo era sinónimo de barbarie. La cultura agraria (irónicamente la base de la civilización) era considerada, “romántica”, retrógrada por ser “medioeval”, individualista, antisocial, debía ser reemplazada por la tecnología. El socialismo estaba llamado a liquidar la contradicción campo-ciudad “urbanizando” a los campesinos. Hoy eso lo está cumpliendo el capitalismo con creces, sólo que hacinando en la periferia de las ciudades a los agricultores reemplazados por hombres de negocio.

Quizás la idea más fuerte del paradigma anterior fue la exigencia de “transformar” desde arriba, es decir desde el Estado.

“Hacerlo de nuevo”, que es lo que proponemos hoy, en cambio, contiene la idea de la gemeinweser, la convicción de que la sociedad, como pensaba Marx, sólo puede transformarse desde abajo (el “abajo” no descarta alzamientos insurreccionales) El desafío de hoy es cómo hacerlo de nuevo: la base material, la riqueza material y espiritual está aquí, a nuestro lado, entre y con nosotros, hay que preservarla, “conservarla” de la destrucción capitalista, repartirla, porque hemos llegado al punto de partida.

El futuro está en el aquí y ahora.