lunes, 17 de agosto de 2009

ENTREVISTA A LUIS MATTINI POR SU NOVELA EL SECRETO DE LISBOA

Lunes, 17 de agosto de 2009

LITERATURA › ENTREVISTA A LUIS MATTINI POR SU NOVELA EL SECRETO DE LISBOA

“La ficción es mucho más convincente que el ensayo”

El escritor y ex militante entabla una suerte de diálogo generacional en el que despunta una morfología del deseo. Así se suceden un secuestro, preguntas incómodas sobre el pasado, el rescate de la ética revolucionaria y una crítica al machismo de los ’70.

Por Silvina Friera

La historia que cuenta Luis Mattini en su segunda novela, El secreto de Lisboa (Peña Lillo, Ediciones Continente), es increíble, pero sustancialmente cierta, parafraseando el epígrafe de Borges que preludia el nudo de un relato que se desatará ante los ojos azorados del lector. Una joven italiana, Mercedes, hija de una francesa y de un argentino que fueron militantes del PRT-ERP en los años ’70, desembarca en Caracas en abril de 2002. A su madre le dice que quiere ver de cerca “esa insólita revolución bolivariana”, que será el tema de su tesis de maestría. Pero el motivo del viaje es otro: entrevistar al “Tordo”, un veterano compañero de militancia de sus padres ahora confeso chavista, gravemente enfermo de cáncer, con la esperanza de que le pueda sonsacar la verdad sobre su origen, que ella supone confuso, y cuya madeja estaría en el secuestro a un empresario norteamericano en Lisboa, a fines de 1976 –en un operativo en el que su madre fue la pieza clave que puso el cuerpo–, para obtener el dinero que permitiría ayudar a un puñado de militantes varados en Brasil. Mientras el “Tordo” le da duro y parejo al whisky, “su mejor medicina”, y accede a que Mercedes, la “Tanita”, lo entreviste, comienza a construirse la ríspida gramática de un diálogo generacional jalonado por el presente venezolano, el golpe a Chávez que se cuela por la ventana de la narración. Pero también Mattini, el ex militante que se apropió literal y literariamente de su nombre de guerra para escribir ficción, se anima a despuntar una morfología del deseo, una política de la subjetividad, poco frecuentada por quienes abrazaron las múltiples avenidas que conducían hacia la militancia marxista.

De las evocaciones que hace la “Tanita” sobre su propia pesquisa, previa al arribo a Caracas, emerge la punta de una de las primeras confrontaciones, al recordar el encuentro que tuvo con Rodolfo, uno de los protagonistas de ese “secuestro de novela”: “A mí me da risa, y rabia, porque cuanto más en detalle escucho las historias, más siento que vosotros eráis más delirantes que nosotros. No tengáis miedo, no los vamos a imitar, tendremos que inventar otro delirio”, dice la muchacha, en ese castellano castizo, achispado de tanto en tanto por algunos argentinismos. El “Tordo”, que ha hecho muchas cosas en la vida, y hasta admite que se disfrazó con una sotana para “una opereta”, en un momento le explica a Mercedes: “Metete en la cabeza que nosotros no éramos ni bohemios, ni delincuentes, y mucho menos terroristas; éramos combatientes en una guerra de liberación y había que guardar las formas civilizadas de la guerra. No lo considerábamos un secuestrado sino un prisionero de guerra. No estábamos robando, expropiamos al imperialismo, no pagaba él, pagaba la empresa con el dinero que obtenían expoliando a nuestros pueblos”.

El hombre que nació en Zárate en 1941 como Arnol Kremer Balugano y sucedió a Mario Santucho en la conducción del PRT-ERP tiene un lejano parecido a Marcello Mastroianni, aunque es más alto y corpulento que el actor italiano. En el bar de Palermo, donde apura un café, nadie registra que ese señor de traje y corbata fue un indómito activista sindical y protagonista principal de las luchas políticas de los años ’60 y ’70. No hay bigote, ni barba, ni melena despeinada al viento que permita semblantear, al menos en la apariencia estética, las huellas de ese pasado “setentista”. De su voz grave, como una muralla infranqueable, emana una serena melancolía. “La única manera de poder reflejar la ética militante es a través de la ficción”, le cuenta a Página/12 su opción reciente por la narrativa. “Se supone que los hechos fueron más o menos reales, más o menos así, en todo caso no están para nada ablandados. Siempre tuve una gran pasión por la ficción, ha sido mi formación fundamental, que me viene de haber leído mucho. Pero nunca me había animado a escribir una novela. Empecé con Cartas profanas y después me animé con esta novelita. En este momento de semejante crisis ideológica y de valores, la ficción es lo que puede salvarnos. La ficción resulta mucho más convincente que el ensayo”, agrega el autor de Hombres y mujeres del PRT-ERP y los dos volúmenes de Los perros, entre otros ensayos.

–¿Por qué es mucho más convincente la ficción que el testimonio o el ensayo?

–Todo testimonio es una forma de ficción. Una cosa es el ensayo, donde uno busca la teoría, razona, analiza. Pero cuando la gente se refiere a un hecho en el que participó, está ficcionalizando porque en definitiva está contando cómo vivió esa parte de la realidad. Hubo una experiencia que me marcó mucho en este sentido. Hace dos años fuimos a dar una charla sobre el Cordobazo con varios protagonistas. Yo fui más que nada para hablar como ensayista, pero recuerdo que me sorprendió mucho cómo los protagonistas dieron testimonio sobre esa experiencia. En realidad, no tenían mucha idea de lo que estaban haciendo: intentaron hacer las cosas de una manera y salieron de otra. La ficción sirve para reflejar cómo alguien se propone algo, pero termina haciendo otra cosa.

–Aunque la “Tanita” admira a sus padres, también los cuestiona. Lo que más le molesta es ese silencio sobre ciertos aspectos del pasado que su madre no quiere contarle. ¿A qué atribuye esta reticencia de los padres a hablar? ¿Tuvo tanta mala fama la militancia que los propios militantes optaron por “autocensurarse”?

–Tengo dos hijos que eran chicos cuando yo militaba. Hace poco, hablando con mi hija, me preguntó por qué me publicaban las novelas. Le dije que tenía una historia, un prestigio por mi pasado militante, pero en realidad no sabía muy bien qué contestarle (risas). Ella me dijo: “Ah, bueno, qué suerte, por lo menos te reconocen algo, ¡fueron años tan tristes!”. A mí me sorprendió que me dijera eso porque para mí no fueron años tristes, pero ella estaba reflejando lo que sintió cuando era muy chiquita. Creo que en los padres hay dos tendencias. Hay padres que no digo que se arrepientan, pero de alguna manera están contrariados con su pasado, no reivindican del todo su historia. Pero también hay algo más grave y complicado. En la militancia de los años ’70, todavía hay cierto halo de clandestinidad, de “de eso no se habla”, “no se puede decir nada”. Me pasó con mi madre, que era militante, y sin embargo no quería decir que tenía un hijo desaparecido, por mi hermano. No lo decía no porque sintiera vergüenza sino por miedo a la conspiración. El personaje de la novela está orgullosa del pasado de sus padres, pero al mismo tiempo se pregunta por qué no hablan, qué les pasa, qué cosas ocultan.

–¿En qué personaje aparece enmascarado Mattini?

–Ay, pero esas son trampas de autor que no debería confesar (risas). En realidad yo soy Rodolfo, pero como autor me identifico con todos los personajes. El único invento total es el personaje de la “Tanita”.

Mattini cuenta que está escribiendo una nueva novela en torno del deseo. “He llegado a la conclusión, hace algunos años, de que la conciencia es necesaria, pero es insuficiente. Hay un elemento que nunca fue considerado por los marxistas, que es el deseo”, plantea el escritor. “Mi padre, que era carpintero, me enseñó de chico a leer libros. El me decía: ‘Mirá, nosotros somos pobres, nunca vamos a poder viajar, lo único que tenemos son los libros’. Mi viejo nunca imaginó que yo iba a viajar tanto.” La pasión de Mattini arrastró a la familia completa, padre, madre y hermano, hacia la militancia en el PRT-ERP. “En las organizaciones armadas tipo Montoneros o el ERP, cuando alguien caía preso los que respondían eran los padres y las madres, y muchos empezaban a radicalizarse y a acompañar a los hijos en la militancia”, repasa Mattini. “Mi hermano, que era dos años menor que yo, fue secuestrado en San Pedro, está desaparecido desde abril de 1976. Por la circunstancia en que cayó muchas veces, sospeché que a mi hermano lo confundieron conmigo. De todas maneras, aunque no lo hubieran confundido, él era un militante, pero yo era el dirigente”, aclara con la voz rasgada por el dolor de ese supuesto equívoco.

De regreso a El secreto de Lisboa, revela que lo que más le preocupó de la escritura de la novela fue plasmar la inquietud que tenía esa chica con su madre. “La Tanita quiere hacer su propia historia y esto es un mensaje que lanzo para H.I.J.O.S. como institución”, dispara Mattini.

–¿A qué se refiere?

–Los militantes de H.I.J.O.S. están cometiendo, me parece, un error, y es que se quedan en lo que fueron sus padres. El único objetivo es recordar cómo fueron en aquella época; ¡pero esos chicos tienen que hacer la suya! Por eso la Tanita, que tiene pocas pulgas, le dice a la generación de sus padres: “A mí no me jodan con sus delirios, nosotros tenemos que inventar otro delirio”. A mí no se me ocurriría nunca decirle a un joven: “Hacé lo que hicimos nosotros”. Cuando me preguntan qué deben hacer, digo que no sé... que ellos tienen que inventar algo.

–En la novela también se atreve a mostrar a una generación muy consciente de la situación que atravesaba el país, pero al mismo tiempo muy ingenua. ¿Había espacio para la ingenuidad?

–No tengo una respuesta sociológica y ahora estoy hablando como ensayista. Las ciencias sociales no han logrado una respuesta a esto, no sabe cómo se producen ciertos fenómenos de los ’70. Recuerdo que una vez me preguntaron en una entrevista si creíamos en serio que íbamos a derrotar al Ejército. “Por supuesto, cómo no lo íbamos a creer”, les contesté. En esta convicción la Revolución Cubana fue clave, y a eso sumale el hecho de que los vietnamitas habían derrotado a tres imperios: los japoneses, los franceses y los norteamericanos. Vivíamos en un mundo donde los movimientos revolucionarios triunfaban y se avanzaba hacia el socialismo. Lo que nosotros no veíamos era la parte negativa, no quisimos ver al Che derrotado en Bolivia, mirábamos al Che de Cuba. Pero cuando murió el Che en Bolivia, su muerte se tornó en un desafío, había que recoger literalmente el fusil del Che. Yo quise reflejar también cierto grado de ingenuidad que teníamos. Me pregunto: si hoy apareciera un Guevara, ¿habría alguien dispuesto a seguirlo?

–¿Cuál sería la respuesta?

–Soy muy escéptico... al menos yo no lo seguiría porque por empezar estoy fuera de época (risas). Lo que me más entusiasmó de hacer este tipo de novela fue intentar demostrar cómo para nosotros la dificultad, lejos de ser una traba, era un incentivo. No teníamos un mango, pero algo hacíamos para resolverlo. El secuestro que se cuenta en la novela fue un disparate, pero rescato ese espíritu de no dejar a nadie en banda y de jugarse por los compañeros. No nos dejábamos amedrentar; en una de las discusiones que tiene la “Tanita” con el “Tordo” ella le plantea que tendrían que haber buscado otra solución. Bueno, a lo mejor había... pero en los años ’60 y ’70 hubo una frase que para nosotros fue fatal: “Hay un único camino”. Nosotros nos movíamos en la vía del único camino...

Los últimos rayos del sol, que comienza a ocultarse, caen en picada sobre algunos edificios y provocan un extraño efecto de irrealidad; el murmullo, la máquina del café, las tazas y las cucharitas tuercen el rumbo de los recuerdos, y de repente Mattini abre las manos como un prestidigitador: “¿En serio querés saber la historia de mi nombre de guerra? Agarrate”, advierte con una inflexión irónica. “Con un grupo de compañeros fui a entrenarme a Cuba. Pero resulta que, antes de llegar, estuvimos veinte días varados en Chile en la casa del MIR; hacíamos cursos y yo estaba todo el día tomando mate. Y uno me dijo: ‘Ahí viene Matini’ –recuerda–. Pero la historia no termina ahí. Cuando salimos, les pedí a los compañeros que llevaran cada uno cuatro kilos de yerba en la maleta. Eramos veinte, así que calculaba que la yerba me iba a alcanzar. Pero consumimos buena parte en Chile. Yo estaba de traje y corbata, con un nombre falso que ahora no recuerdo, y me di cuenta de que teníamos que comprar más yerba. Entonces vino un chileno con una bolsa de yerba, como si trajera carbón, y me fui con esa bolsa al aeropuerto. Cuando fui a chequear el tema del pasaporte, me pidieron un segundo apellido. Yo tenía veintipico de años y le dije: ‘¿Cómo segundo apellido? Nosotros no usamos. ¿Qué quiere, que lo invente? No tengo’. El hombre me pidió que no lo mirara de esa manera, que le dijera el apellido de mi mamá. Ahí me di cuenta de que, además de andar con un pasaporte falso, me ponía a discutir. ¿Te das cuenta de que no éramos perfectos?”

–Bien de argentino cabrón, ¿no?

–Exacto, entonces le dije: “Ay, disculpe. Mattini... y con doble t”. Cuando llegué a La Habana, bajé con el documento que tenía y con la bolsa de yerba y un cubano me dijo: “Oie, chico, ¿esto es ierba?”. Le aclaré que era yerba mate, “la que toma el Che”. Pero estaba prohibido entrar con yerba suelta y me la confiscaron. Entonces se empezaron a burlar y me decían: “Le quemaron la yerba a Mattini” (risas). Cuando volví de Cuba, decidí usar Luis Mattini.

–Como en la novela mezcla realidad y ficción, ¿es cierto que el secuestro se hizo con un arma de juguete?

–Sí, éramos muy corajudos... había que tener coraje para hacer eso (risas)

jueves, 9 de abril de 2009

Demagogia sin reflexiones, por Luis Mattini



Debo admitir que me resulta muy dificil de entender y explicar el disparate que acaba de escribir Osvaldo Bayer en “Reflexiones sin demagogia” en la que compara lo sucedido en Alemania en 1946 con Argentina en 1984; esto es, la derrota del nazismo, después de cuatro años de guerra entre formidables ejércitos, cincuenta millones de muertos y media civilización destruída, con la retirada, más o menos en orden, de la dictadura de Videla.


En dicho artículo Bayer |parece desconocer que Nuremberg se hizo bajo la custodia de los ejércitos vencedores y aún así dicho Juicio dejó mucho que desear y con ribetes de colosal estafa. Los únicos ejecutados por crímenes de guerra, antisemitismo y racismo fueron unos pocos nazis, olvidando la colaboración activa de los racistas y antisemitas de los países ocupados por los alemanes. Además no se juzgó a los responsables de los criminales bombardeos aliados sobre objetivos civiles y las bombas atómicas sobre Japón. Para no hablar de los ex-nazis que continuaron en actividad reclutados por la URSS y los EE.UU como técnicos y agentes secretos.

Cierto es que, a pesar de eso, Alemania es la única Nación que, en efecto, hizo un proceso autocrítico, pero Bayer sabe que eso se hizo en la ex Republica Federal o sea en gran parte los socialdemócratas, quienes a su vez cargaban con la responsabilidad de haber asesinado a Rosa Luxemburgo y los espartaquistas el 1919. ¡Oh Paradojas del siglo veinte! en la post guerra fueron mucho mas consecuentes y eficaces para desnazificar que los comunistas.

En cambio el juicio a los militares en Argentina, si bien está lejos de ser lo que seria nuestro deseo, es mucho más de lo que, no siendo vencedores, se pudo hacer, gracias a la tenaz militancia de una minoria. Porque no hay que olvidar que los militares no fueron derrotados por los argentinos, sino por los ingleses fuera del territorio nacional y que el tribunal que los juzgaba estaba rodeado por las armas de los acusados.


Además la experiencia y la edad nos obliga a reexaminar qué grado de disposición había en la mayoría de la población para respaldar la tenacidad de esa minoría militante de los derechos humanos. ¿O nos olvidamos de la verguenza del mundial 78? ¿Nos olvidamos también la concentración de masas borrachas de chovinismo vivando a Galtieri por la invasión al las Malvinas? ¿Cómo es posible que sigamos ignorando el injusto desdén e indiferencia de la población argentina con los ex combatientes, derrotados, famélicos y desarrapados tratados como basura después de haberlos mandado al frente? ¿O creerá Bayer que un “pueblo”, como él dice, (yo prefiero decir en este caso una población, porque se es pueblo sólo cuando se es sujeto), que no había superado semejante frívola ebriedad colectiva, sería capaz de “agarrar las armas” al hipotético grito de un presidente socialdemócrata para defender la democracia? ¿O le habrá creído al Partido Comunista cuando éste le ofreció públicamente a Alfonsin las Brigadas para recolección de café en Nicaragua al mando del “Comandante Mosqueda”, para reprimir a los carapintadas alzados? ¿Tanta fe tendrá Bayer en la Institución Congreso? ¿Y con qué fuerzas pensará que una Bicameral del Congreso de la Nación hubiera podido actuar?

Yo no tengo los 82 respetables años de Bayer, tengo 68, él es de una generacion anterior; tengo mi hermano de sangre desaparecido junto con cientos hermanos de lucha, muchos de ellos de la misma generación que Bayer. De cincuenta años de militancia pasé diez en el exilio, pero no me considero víctima, sino un permanente combatiente libertario, que en su momento empuñó las armas junto al sucesor del Che, Mario Roberto Santucho al que Bayer nunca entendió y, al menos hoy hoy reivindica. Nunca lo entendió a Santucho como sí lo hicieron muchos de sus pares intelectuales y generacionales se jugaron con nosotros, aún siendo a veces críticos: Silvio Frondizi, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, Rodolfo Puiggros, Paco Urondo, Alicia Eguren, por sólo nombrar algunos de esa larga lista con los que juntos hicimos la historia de la que ahora Bayer parece querer monopolizar .


Por otra parte muchísima gente en América Latina, y bastante más allá de ella, revindica a La Argentina, como la única Nación que, con los errores y las agachadas de Alfonsín incluidas, y sin el respaldo del Ejército Rojo, metió presos a los militares. O sea que los cultores del Estado de Derecho, como lo es Bayer, al menos en sus escritos, deberían sentirse orgullosos de ello a pesar de las limitaciones del juicio, que por otra parte sigue su labor lenta pero inexorable.

En lo que a mí respecta, opino en cierto modo desde un costado, porque ni yo ni mis compañeros tuvimos como objetivo de lucha meter preso o fusilar a nadie, como no fuera en situación operativa por razones bélicas, sino crear un nuevo contrato social. Nosotros no luchamos por la democracia representativa y el Estado de Derecho, expresiones cumbres del estado burgués; y por eso precisamente, nunca hicimos el ridiculo de “exigirle” a Alfonsín que hiciera lo que hizo el Che Guevara en la Fortaleza de La Cabaña en La Habana.


De allí es que creo que la justicia con nuestros muertos es seguir luchando por ese mundo por el que ellos dieron la vida, por trasformaciones radicales de la sociedad, de modo tal que los déspotas que, con elemental justicia, el aparato jurídico de este Estado, con la ayuda de los hoy amansados organismos de derechos humanos, pudieran condenar y encarcelar, no sean reemplazados por otros déspotas vestidos de civil.

martes, 2 de diciembre de 2008

SOBRE HISTORIA, MEMORIA Y OTRAS YERBAS, por Luis Mattini

No creo recordar en mi, ya larga vida política, un momento como éste en que las palabras historia y memoria hayan sido más repetidas, casi manoseadas y a la vez tanto un significado como otro, más ignorado, o al menos tergiversado.

Por ahí oí que uno de los grandes poetas argentinos, Gelman creo, propone un Congreso de la Memoria o algo por el estilo. Otras noticias hablan de una lectura jurídica de la memoria o de la historia. Algo de eso hace ese Señor Juez español, a quien no se le puede quitar ninguno de sus méritos cuando juzgó a Pinochet, pero que ahora quiere hacer un juicio al Golpe de Estado de Franco que desencadenó la Guerra Civil Española.


Cabe preguntarse si los “juicios” de la historia pueden ser jurídicos, valga la redundancia. También se podría afirmar que la historia es “eterna” por así decir, ya que no conocemos su comienzo y menos aún cómo fue; en cambio el Derecho, al menos ese que conocemos, tuvo un inicio y, según la creencia que compartimos los comunistas hormonales, desaparecerá cuando se extinga la propiedad privada y el Estado.

Tampoco parece adecuado juzgar a la historia con el Código Penal vigente. En este sentido es posible observar que Nuremberg, más allá de sus tremendas limitaciones, a diferencia de lo ocurrido en España, Argentina, Chile y otros países, podría decirse que juzgó y legisló al mismo tiempo. O sea los miembros del tribunal fueron jueces y parte. Una aberración jurídica desde el punto de vista del Derecho. Pero claro, el tribunal se encontró ante un hecho en apariencia inédito. A diferencia de los crímenes coloniales realizados por holandeses, ingleses, franceses españoles, portugueses, italianos, en Africa, Asia o América, contra pueblos no europeos considerados incivilizados, bárbaros o salvajes, la bota nazi se había atrevido a intentar aplastar a la civilizada raza blanca europea. Esa fue la peculiaridad de Nuremberg, juzgó a la raza blanca alemana por crímenes de guerra desde ángulos que excedieron lo experimentado jurídicamente hasta ese momento, por ejemplo, tratar el racismo como crimen. Y, en efecto, el racismo sólo fue considerado crimen cuando se volvió contra los blancos. Por eso la limitación principal de Nuremberg fue que juzgó sólo a alemanes y algún aliado de los nazis. El resto de los racistas europeos quedaron impunes. Al menos semejante tribunal debería haber sentado lo que se llama jurisprudencia, pero no fue así, porque que yo sepa, no ocurrió lo mismo con los posteriores crímenes franceses en Argelia o los crímenes estadounidenses en Hiroshima, Nagasaki , Vietnam o Irán, sin olvidar los crímenes soviéticos en Polonia y otros.


Convengamos entonces que es ridículo pretender revisar los procesos históricos y políticos con el Código Penal de cada país. Si así lo hiciéramos nos llevaríamos más de una sorpresa. Baste recordar que al libertario judío Jesús, lo juzgó la “burguesía nacional” judía, con su propio código, por subversivo y el Imperio sólo se “lavó las manos”. Es posible razonar entonces que Jesús sintió que para derrotar al imperio Romano había que empezar por subvertir su propio pueblo. Así el cristianismo es el resultado de una formidable subversión del judaísmo. Ya veremos como esta parábola se repite en forma microscópica, claro, en la Argentina de los setenta.

Para ello conviene, dejar de lado el Derecho y hablar de historia y de memoria porque esa palabra está de moda. Tengo para mí que a los argentinos nos pasa algo extraño con ese asunto de la memoria. Porque comprendo y apruebo la importancia de la memoria del genocidio judío, perpetrado por los nazis, ya condenados por suerte mucho más allá del Derecho Penal. El pueblo judío ha conservado la memoria de su victimización como pueblo, como etnia, como cultura, como lengua, religión. Hicieras lo que hicieras o no hicieras, desde recién nacido hasta anciano, serías víctima porque eras judío. Ese extremo irracionalismo es con toda precisión genocidio, porque el “crimen penado” es pertenecer a un pueblo.


Pero en la Argentina no fue así.

En la Argentina no eras víctima porque fueras argentino, católico, judío o musulmán. Ni siquiera eras demasiado víctima por ser “comunista”. Recuérdese que el Partido Comunista no fue ilegalizado durante la dictadura. Sus dirigentes no fueron detenidos ni exiliados. Los militantes del partido comunista desaparecidos son muy pocos y en todos los casos porque eran muy activos en la lucha social o porque se solidarizaron con revolucionarios.

Por eso es que, en nuestro caso, la palabra genocidio sólo puede ser usada como metáfora, en el sentido de perseguir a un grupo humano por sus “creencias”; y tiene más connotación histórica, referente al exterminio de los aborígenes que a la lucha de los setentas.

Ni siquiera fuimos víctimas de un enemigo externo. Recuerdo que ese gran compañero de mis tiempos de Praxis, abogado, Aldo Comoto me comentó un día: “En Argentina la burguesía es una clase que asesina a sus propios hijos”. Elocuente como siempre Aldo, en esa oportunidad dijo algo fuerte. Parecería más apropiado hablar entonces de filicidio.

También es posible observar que la clase ilustrada de nuestro país, tan apresurada para recoger palabras difíciles, sobre todo tan proclive al signo lingüístico anglo sajón, no adoptó esta precisa palabra heredada del latín, “filicidio” que se corresponde sin duda mucho más que las otras injertadas de los discursos en el ámbito internacional. En Argentina hubo, si señores, un filicidio. Además el filicidio y el parricidio simbólico es corriente en este país. Baste con leer la novela de Sigal, “El día que maté a mi padre”


Tratemos entonces de ver cómo podría ser nuestra “memoria”.

Pienso que no se puede hablar de memoria, y con este tipo de fragilidades, si no vemos la historia.

Claro, se puede decir que en la Argentina lo que sobra es historia, mejor dicho historiadores…sobre todo cultores del llamado “revisionismo” (Esos feriantes de textos sobre historia que saludan alborozados cuando alguien arroja bombitas de bleque o de pintura a los bustos de Sarmiento, Mitre o Roca. Parecen creer que revisionismo histórico y revolucionarios históricos son sinónimos) Pésimos discípulos de Hugo Wast, —seudónimo de Gustavo Martínez Zuviría aquel escritor revisionista enfermo de antisemitismo quien, eso sí, amaba paternalmente a los indígenas, a los “mansos” claro—, no caen en cuenta que mientras ellos ponen toda la energía en empujar para voltear el monumento al General Roca aquí, en Buenos Aires, los aborígenes vivos, reales, actuales, no "históricos", sufren el genocidio en este momento, a manos de los sojeros o de algunos gobernadores de provincias. Por eso hay cierta verdad en eso de que sobran historiadores, pero estamos hablando de hechos que son contemporáneos, y usamos provisoriamente la palabra historia, solo por comodidad. Además, si nos proponemos hablar en serio, contamos también con magníficos historiadores que hacen escuela y en un futuro se ocuparán con calidad profesional de estos hechos.


Lo que quiero significar ahora es que los hechos son tan contemporáneos que todavía hay cientos de protagonistas a los que deberíamos escuchar, como escuchamos esa cantinela de los pasivos testigos de la época, que están de moda impulsados por los adulones interesados de siempre, y ahora directamente pagados por el gobierno, y que se van apropiado de esa historia. Porque claro, pareciera que el hecho de no haber cometido errores, les da derecho a aceptar que bauticen con sus nombres ciertas instituciones “populares” y al monopolio de la palabra. Y no sé si es necesario aclarar que no cometieron errores porque actuaron siempre desde el balcón.


Como yo soy uno de esos protagonistas, y a pesar de que como tal cometí muchos errores, o por eso mismo, voy a tirar la primera piedra. Pero insisto, hay varios miles de protagonistas que pueden tirar andanadas de piedras. Veamos entonces:

Le guste o no le guste a más de uno, sobre todo a los que llegaron tarde, en la Argentina de los sesenta-setenta hubo un movimiento revolucionario. Y lo digo con todas las letras, r-e-v-o-l-u-c-i-o-n-a-r-i-o. Pero aclaremos: no lo fue por sus doctrinas, que eran diversas y las más de la veces difusas, sino porque su mayor virtud fue la decisión del hacer, no de “mandar a hacer” o “pedir que se haga”, no de vivir con petitorios, no de reclamar a otros, no de pedigüeñar al Estado, sino del hacer, de tomar en manos propias los asuntos políticos y sociales y, claro, también de intentar tomar el poder con sus manos porque lo creíamos necesario. Todo eso conforma lo revolucionario, hechos, no programas en el papel ni ideologías borrachas de palabras. Hechos, los “setentas” fueron hechos. Podemos admitir que esos hechos a veces intentaban ser explicados con largos discursos, para que la trascendencia de la oralidad justificara la inmanencia del accionar. Pero no dejaban de ser hechos.

A ellos, a esos que no realizaban una marcha todos los días, financiada con recursos estatales, para pedirle al Estado que haga tal cosa, sino que se organizaban para hacer, con recursos financieros propios (legales o “ilegales” porque nunca se creyeron en el “estado de derecho”); a ellos, que no confundían el Estado con el socialismo, a ellos que no marchaban con banderitas con imágenes del Che como si fueran a catecismo, para colmo “nacional o popular”, sino que llevaban la bandera con la estrella roja de cinco puntas, cada una uno de los cinco continentes, simbolizando la desaparición de las naciones, el Estado y los caudillos de derecha o izquierda; a ellos que imaginaban en cientos de detalles como sería el soñado socialismo, desde como serian las viviendas, la forma de reunirse a comer, de vestirse, trabajar, y de la inconmensurable libertad para el arte, las formas del amor, en fin, a ellos, que hicieron de la militancia una forma de vida, una manera de vivir existencialista que ya contenía embrionariamente el comunismo; a ellos que la sufrían y la gozaban; no a los testigos que la miraban de afuera cuidando no ser salpicados, a ellos, digo, a los protagonistas sobrevivientes, se les puede preguntar por qué creen que fueron reprimidos de esa forma atroz con la institucionalización de la desaparición forzada de miles de activistas.


También a ellos se les podría preguntar cómo sienten este tratamiento jurídico y explicaciones de irracional institucionalidad a tamaña represión a esa enorme riqueza de sueños y proyectos políticos sociales.

Porque, en efecto, uno de ellos, de los protagonistas, el escritor Caparrós, afirmó hace poco que banalizar los hechos, –yo agrego demonizar a los actores–, de modo tal que decir que una banda de demonios uniformados reprimieron con bestialidad, secuestraron y desparecieron a grupos de chicas y muchachos, vírgenes e inocentes, que sólo pedían ciertas mejoras económicas o sociales, ignorando sus proyectos de sociedad, es hacerlos desaparecer de nuevo.

Entonces no es ocioso preguntarse de qué “memoria” se habla. Quizás se trata de conservar la memoria de las desapariciones. En tal caso sería como encerrar la vida de esas personas bajo la categoría de “desaparecidos”. No puedo evitar pensar en mi hermano Rodolfo, además de compañero, militante del PRT, combatiente del ERP, sindicalista, de tan chispeante humor y plenitud de vida, que cuando veía una gran obra privada, un gran hotel por ejemplo, digo, esas construcciones de lujo para usos superfluos que hoy admiran los yuppies en Puerto Madero, él decía, “Fa!! Que lindo, qué maravilla!!! Cómo van a llorar cuando se lo expropiemos para hacer un hospital de niños”. Pienso que ponerlo en la memoria como “desaparecido” es negarle esa potencia creadora. Como dice Caparrós, es desaparecerlo definitivamente. Así planteada la memoria es, en el fondo admitir la derrota más absoluta. Sería memoria de la derrota. (La única virtud de la derrota es que es la madre de la victoria) pero entonces no es cuestión de memoria sino de recordar hechos con motivos pedagógicos, es decir para aprender de los mismos.


No, la memoria no puede ser una lista de nombres con la categoría de “desaparecidos” palabra que pareciera reemplazar al ataúd. La memoria sobre hechos que ya están siendo historia, no es ni esa lista macabra, ni los textos de programas ni los bla, bla de la época: La memoria no puede ser la trascendencia de esas listas, esos programas, esas ampulosas declaraciones, esas teorías, esas doctrinas, cada una válida o no, según época y sólo atendibles, recopilables, rescatables para análisis racionales y estudios específicos. No, no, de ninguna manera, la memoria deberá recopilar el recuerdo vivo de cada uno de ellos en la inmanencia de sus actos, en su “hacer”, en sus pasiones, en sus “locuras”, en sus sueños imposibles. Porque esa es su herencia viva, no “desaparecida”, porque lo fundamental de esa época, insisto, fue la inmanencia, la acción, el hacer. Y convengamos que “el hacer” es la carencia mayor de nuestros días.


Precisemos señores: el Terrorismo de Estado fue incalificablemente nefasto y el método de la desaparición de personas espantosamente criminal. Pero no fue “irracional”, logró al menos parte de un propósito inesperado de lo pensado racionalmente, y sin embargo eficaz como objetivo reaccionario. Logró que durante décadas posteriores a la dictadura, incluso con gobiernos diversos, todo “programa”, toda acción “revolucionaria”, qué va!, incluso “reformista”, estuviera atravesada por los “desaparecidos”, por explicar perseguir y buscar “justicia” con los desaparecedores, sea ésta la cárcel o el paredón. Pero no por la decisión de hacer justicia, sino de “pedir” justicia, Así se consagró un tipo de activismo caracterizado por haber reemplazado “el hacer” por el pedir. O sea, esa “izquierda” o ese “progresismo” centró la actividad política, los programas y las acciones, no en continuar, incluso renovar, recrear, la obra de los desaparecidos, sino en su “culto”. No se dedicó tanto a pelear la justicia social como habían hecho ellos, sino a pedir justicia con el destino de ellos.

Y en esa notable deformación de objetivos, es impresionante como este activismo aprendió la regla de oro de la democracia preñada de sindicalismo: (los viejos recordarán la expresión traída de la experiencia de la clase obrera inglesa: tradeunionismo): ejercer el derecho al reclamo, a la petición, a ser “escuchados”. El método de lucha política excluyente es hoy el electoral y su complemento, el método de lucha social casi excluyente es la marcha tradicionalmente tradeunionista, la gran fanfarria, matizado con el corte de calles. Esta fuerte combinación es tan funcional al sistema político actual que el Estado ha creado los instrumentos para incentivar o contrarrestar, según convenga en cada caso. Es notable como el gobierno, al apropiarse y declamar el sentido trascendente de la lucha de los setentas, el sueño de lo imposible, o sea lo épico, espectacular, inalcanzable incentivando e institucionalizando la memoria de los desaparecidos como tales, como desaparecidos y el “castigo” a los culpables, sólo a los uniformados, claro, sin incluir a los responsables civiles del Terrorismo de Estado, logró anular el recuerdo de la inmanencia, la presencia de aquel potente cotidiano, posible, alcanzable, concreto “hacer”, que fue el rasgo distintivo del guevarismo y la causa de fondo de la respuesta filicida y terrorista de las FF.AA. como instrumento de la clase dominante nacional en su conjunto. Qué “coincidencia”....el Imperio, como Poncio Pilatos hace dos mil y pico de años, se lavó las manos.

jueves, 21 de agosto de 2008

Las diversas formas de demoler

La historia de los métodos de dominación para aplastar y demoler la lucha emancipatoria de los dominados es rica en variantes no siempre recordadas por los historiadores, o al menos por la memoria. Se recuerda con agudeza y franco dolor la derrotas brutales, sangrientas, con muchos muertos y de dolores vivos, como la Comuna de Paris, la Guerra civil Española, la revolución alemana, el Golpe del 55, el asesinato del Che o Salvador Allende, etc.

En cambio suelen olvidarse, o al menos recordarse con nostalgia, las revoluciones “traicionadas” como la Revolución Mexicana, la Revolución Rusa, la China, la de Nicaragua y…bueno, en realidad la inmensa mayoría de las que “triunfaron” en el sentido que habían logrado tomar el poder. Cierto es que, por lo general, en todos estos casos hay indignación y polémica, empezando por la revolución bolchevique, de donde tomé prestada la expresión “revolución traicionada”, de la boca de uno de sus hacedores: León Trotsky.

Pero existen más variantes de derrotas. Ahora me ocuparé de esta que estamos sufriendo los argentinos, y que más allá del dolor, de la indignación, nos produce una tremenda tristeza. Y esto es lo grave, porque el dolor y la indignación suelen ser estimulantes para la lucha, en cambio la tristeza en un conocido factor paralizante. Es nuestro caso, claro, no es el único, con un poquito que incursionemos veremos que parecería estar vastamente extendido por el mundo. Y también apuntemos que es imprescindible transformar la tristeza en indignación, en sentir como propia la bofetada en la mejilla del otro, como punto de partida guevarista para la acción.

Pero antes de continuar, recordemos que la parte más feliz de la acción revolucionaria no ha sido “la toma del poder”, sino el proceso hacia tal fin. Como decía Don Quijote, lo importante es el camino, no la posada. Este concepto es el que me llevó a afirmar en diversas oportunidades que aquellos años fueron los más felices de nuestras vidas, porque éramos libres a pesar de vivir bajo dictaduras o sistema de “estado policial”. Éramos libres porque supimos superar el lugar de “victimas”.

Esta afirmación que molestó a más de uno, es compartida sin embargo, por decenas de compañeros que han sobrevivido, incluso muchos con largos años de prisión y otros con exilios. Se niegan enfáticamente a ser considerados “victimas”. Pero eso no significa perder de vista que tal afirmación es desconocida o no compartida, por un lado por nuestros hijos, que en muchos casos eran niños que lo sufrieron, otros más pequeños que no conocieron a sus padres hoy desaparecidos; y por otro lado por nuestros ascendientes, aquellas madres y padres que no militaban en nuestras organizaciones. Tanto unos como otros sí pueden ser considerados víctimas.

Por esas razones, unos y otros, hoy organizados en Madres de Plaza de Mayo, H.I.J.O.S., Abuelas y otros Organismos, no conocían en rigor cuál era nuestro ideario. Los hechos demuestran que hoy lo conocen con extrema vaguedad y con harta frecuencia asombrosamente distorsionados, o con diversos huecos, llenados con naturalidad por la imaginación. A ello se agrega que los protagonistas sobrevivientes, tanto los ex presos como los ex exiliados externos e internos, no siempre hemos sabido defender esa historia, por razones que no es dable tratar aquí.

Ese vacío que dejamos fue ocupado rápidamente durante las primeras dos décadas inmediatas a la restauración Institucional, por la mayoría de la llamada izquierda tradicional, aquella que después de la aberrante Unión Democrática de los años cuarenta, y haber saludado a la “revolución libertadora” en 1955, descubrió el “ser nacional” en el peronismo y, más papista que el Papa, se vistió de peronista en los años sesenta. El problema es que no era peronista, nunca pudo tener su autenticidad, sólo adquirió sus ropajes en forma de farsa. Después de la retirada de la dictadura, con los restos de los revolucionarios dispersos, y el peronismo algo maltrecho, esta vieja izquierda creyó que había llegado su hora. Parafraseando la frase hecha digamos que la tragedia se había transformado en farsa.

Era la misma farsa de su discurso revolucionario, o lo que es lo mismo, guevarista. Esa izquierda, que se apropió de una historia que no le pertenece, en los años sesenta y setenta había acusado a Ernesto Guevara de “aventurero”, y a nosotros, los autollamados setentistas porque involucra diversas identidades políticas, de “pequeña burguesía desesperada”, cuando no de agentes de la CIA. Si tiene duda de lo que aquí afirmo, revise los archivos periodísticos y documentales.

Como digo, se apropió de esa historia durante los primeros años post dictadura. Es curioso que, mientras tanto, la clase dominante manejaba la teoría de los dos demonios para asegurar la derrota de los revolucionarios de los setenta. Sin embargo, pese a toda la machaca puesta allí, no logró su cometido, poco a poco se fue desarmando esa teoría. Hay que decir que eso fue obra en particular de las organizaciones Madres y Abuelas y los organismos de derechos humanos, quienes hasta entonces no habían podido ser comprados ni silenciados. Algunos protagonistas de la época y también investigadores serios, también pusimos nuestro granito de arena mediante artículos, conferencias y libros.

Sin embargo, después de la calamitosa caída de la Alianza, con interludio de Duhalde, surgió Kirchner quien tuvo una curiosa habilidad: con un decreto realizó el programa de la Izquierda Unida, agilizando los juicios a los criminales de guerra. Téngase en cuenta que en la lucha contra la teoría de los dos demonios, se fue conformando la idea de que los ideales setentistas, los programas por los cuales dejaron su vida, consistían en el restablecimiento del Estado de Derecho y los consecuentes juicios a los militares. En eso consistía al programa de la Izquierda Unida, cuya consigna más difundida y agitada por la candidata a presidenta era “Cárcel a los genocidas”.

Por allí fue por donde el ex presidente Kirchner supo encontrar el precio de la jefa de Madres de Plaza de Mayo. Kirchner, a diferencia de Menem, no debe de haber leído a Sócrates, pero seguro que conocía aquella anécdota que cuenta que el invasor de Atenas quiso comprar al filósofo, para lograr su complicidad y le dijo: “Todo hombre tiene su precio” y para su sorpresa. Sócrates le contestó que sí, que él también tenia el suyo. Y cuando el otro regocijado le preguntó cuál era, el filósofo respondió: “La libertad de Atenas.” La anécdota me inspira cierta asociación para intentar explicar lo inexplicable, o sea el grado de credibilidad que se le dio a Kirchner: es probable que la Jefa de Madres le dijera al ex presidente que su precio era la realización del programa social por el que habían luchado sus hijos, los jóvenes del los setenta, y Kirchner, puso enormes energías y voluntad en acelerar los juicios. De allí la única explicación a esa frase que quedó dando vueltas en el mundo “nuestros hijos están en el Gobierno”

Pero esto no es una genialidad de Kirchner. No es que Alfonsín, Menem o De la Rúa no se “avivaron”. Esto fue posible porque la política y la cultura pasan por un proceso de degradación de una gravedad nunca vista. Dicho de otra manera, se puede comprar semejantes baratijas, como decir que el actual gobierno lleva adelante el ideario de los setentistas, porque la historia nacional no recuerda semejante degradación de la cultura. Insisto: la consigna central de la Izquierda Unida era: “cárcel a los genocidas”. Hoy Menéndez ha sido condenado a cadena perpetua y eso está muy bien, claro, no más generales asesinos...pero los indígenas del Chaco están muriendo de desnutrición como consecuencia del afianzamiento de un modelo productivo asesino que inició Menem, continuó la Alianza, luego Kirchner y no hay señales que la actual presidenta lo modifique. Y ese modelo productivo está apoyado por el grueso del progresismo, que sigue soñando con el progreso como modo de emancipación. Ese modelo productivo que obedece a la etapa superior del capitalismo, ahora definitivamente en casa, está sostenido desde el punto de vista del “consenso” por la clase ilustrada, que acusa de todos nuestros males a una vilipendiada “clase media”. Sería bueno que esta clase ilustrada que no se percata de que es clase media ella misma, leyera “La rebelión de las Masas” de Ortega y Gasset.

Porque, por supuesto, es obvio que antes las clases dominantes manipularon la educación a su conveniencia y así teníamos la historia “mitrista”, la historia del despotismo ilustrado. Con todo dentro de esas líneas, por un lado había cierta mínima seriedad y cierta creatividad (Por más que le fastidie a Norberto Galazzo, el Che llevaba en su mochila “Las guerras de las Republiquetas”, ah y casi me olvido, ese libro, escrito por el oligarca Mitre, también recomendado por Santucho, –no para escribir la historia sino para hacerla–, fue prohibido por la dictadura de Videla) Si, como lo escuchó, se prohibió un libro de Bartolomé Mitre!

Por otro lado siempre hubo, pese a todo, pensadores y escritores subversivos. Claro eran tan “subversivos” que fueron también rechazados por la “izquierda” o por el “nacionalismo popular”. Caso típico fue Luis Franco quien afirmó en 1962 que un Nuremberg de los pueblos hubiera fusilado a los cuatro: Hitler, Roosevelt, Churchill y Stalin por criminales de guerra.

El problema es que a aquel despotismo ilustrado que ayer dominaba el sistema educativo y la industria editorial, hoy le compite con ventaja una especie de “vaquerismo ilustrado”. O sea “ilustrados” que no usan corbata sino vaqueros como forma de no ser “oligarcas”, pero que ni siquiera llegan a cierta creatividad de aquel “alpargatas sí, libro no” o a colgar a Jesús y Beethoven como en la “revolución cultural” en China, porque en tal caso se hubieran vestido de bombachas y hoy seríamos una potencia capitalista como la patria de Mao.

Estos “ilustrados”, son muchos, un producto indeseado de la “democratización” de las Universidad, y hoy han invadido, por un lado el gobierno y por otro una insospechada penetración en los medios masivos, Clarín, P12, Crítica, Perfil, puf, etc...las “Universidades Alternativas”, ni hablar de los panfletos de “izquierda”, Radio Nacional, Canal 7, diversas radios, en fin donde populan los ilustres que bien podrían llamarse “Intelectuales a la Carta”, muchos de los cuales en estos momentos, sueñan con ser montoneros resistiendo a un golpe de Estado y parecen creer en serio que existe una burguesía nacional.

Las clases dominantes, en tanto, ya no disputan los ámbitos universitarios como lo hizo en la época del despotismo ilustrado, no de ninguna manera, se encontraron que el trabajo de este “vaquerismo ilustrado” es mucho más eficaz. La clase dominante hegemónica, la que no guarda nostalgias de una refinada cultura “oligárquica” en el diario La Nación, la que protagoniza el Imperio en forma de agro negocios, agroindustria, automotrices y todos sus etc., parece ver con claridad que una buena manera de mantener la dominación, es precisamente con esta formidable, inédita denigración de la política y de la cultura. Olvídese de la “oligarquía” o el despotismo ilustrado... en todo caso ellos mantienen sus reservas en La Nación.

Porque señores: una cosa no resiste la mínima lógica: los políticos tan vilipendiados como responsables de los males actuales del mundo, no salen, como en otras épocas, ni de las instituciones armadas o religiosas, ni de las logias especiales, ni siquiera en forma importante de las empresarias, salen de la universidad, o bien están rodeados de universitarios, porque de algo tienen que trabajar la masa de graduados. Algunos todavía del sindicalismo, particularmente de la parte de los trabajadores no manuales. Si reflexionamos a fondo sobre este indiscutible hecho, quizás empecemos a pensar en la necesidad, no ya de una “reforma” Universitaria como la gloriosa del 18, sino una profunda revolución universitaria, que empiece por cuestionar a fondo el modo de conocer.

Una cosa queda clara: el capitalismo ha alcanzado la hegemonía total, tal cual lo previera Karl Marx y con ello el punto de madurez para su superación. Reivindicamos las grandes batallas revolucionarias, con emoción y gratitud a quienes nos precedieron, a pesar de las derrotas. Las derrotas nunca son definitivas porque incluso la libertad está en la lucha, en la rebeldía. Pero la derrota más profunda ha sido cultural. La actual denigración de la política y la cultura lleva la marca del triunfo capitalista y está expresada en esta impostura y en estos vaqueristas ilustrados.

Por suerte pareciera olerse en el aire que se avecina un nuevo ciclo de luchas, quizás como dice mi editor, un nuevo ciclo de treinta años. Es de esperar que esta vez no olvidemos una lección esencial del Che “elegir el terreno de lucha”. Tal como hicimos en los setentas huyamos de los comités, de los “locales”, de las universidades, incluidas las llamadas “alternativas”. (Digo huir en sentido político, no del empleo con el que nos ganamos la vida, docente, periodista, albañil, colectivero, o lo que sea, y que a veces nos seduce haciéndonos creer que desde allí hacemos la revolución) Si logramos superar la fascinación por el terreno con el que busca y logra seducirnos la clase dominante, no sólo el parlamento, sino esencialmente las academias, la universidad y los medios de comunicación, los sindicatos, podremos entender por fin que ni la política ni la cultura emancipatoria está en esos ámbitos; la política y la cultura está en otra parte: descubrir dónde es esa “otra parte”, es haber asimilado en profundidad la herencia del Che.

martes, 27 de mayo de 2008

Cartas Profanas


Novela de la correspondencia entre Santucho y Gombrowicz
Luis Mattini
Ediciones Continente

El escritor polaco Witold Gombrowicz, refugiado veintitres años en Argentina, y Mario Roberto Santucho, el más radical dirigente de la guerrilla argentina en la década del '70, se conocieron y trataron cuando el PRT-ERP aún no existía. Un hecho de la realidad.
El autor de Cartas Profanas asumió la jefatura de dicha organización armada, luego de la muerte de su comandante. Otro hecho de la realidad.
En París, en el año 2002, un abogado argentino, ex militante de izquierda, pone en manos del azorado narrador de esta novela unas cartas -inéditas hasta ahora- que habrían intercambiado el escritor y el guerrillero durante los años '60. Otro personaje, un viejo historiador digno de crédito, sospecha que este abogado podría ser el traidor que llevó a Santucho a la muerte... ¿Realidad o ficción?
Mediante laboriosos hilos que entrelazan verdades y mentiras, y sobre un trasfondo de distintas épocas Luis Mattini urde una interesante trama en la que sobresale el perfil de dos hacedores sólo en apariencia muy disímiles entre sí: el orginal y escéptico escritor polaco, apasionado por el juego de la literatura y el último guevarista en sentido épico, apasionado por el deber ser de la revolución

Los Perros 2


Los Perros 2
Memorias de la rebeldía femenina en los ´70
Luis Mattini
Ediciones Continente

Este libro es la continuación de
Los Perros – Memorias de un combatiente revolucionario, que desde su publicación por nuestra Editorial (junio de 2006), hasta el día de hoy, goza de una cálida recepción de parte de los lectores.
Como en aquél, aquí se reflejan esas “razones del corazón que la razón no entiende”. Pero esta vez el protagonismo les corresponde a diversas mujeres militantes. Y a partir de un testimonio vital indiscutible: la percepción emotiva del autor en su relación con ellas. Sin embargo, también aparece su visión personal de algunos varones setentistas (tal el caso del recientemente fallecido Enrique Gorriarán, entre otros).
Ni ensayo o investigación, ni memorias en sentido estricto, sino semblanzas y vivencias sobre seres humanos que el autor conoció siendo militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores y el Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) y situaciones en las que él mismo fue protagonista, durante la trayectoria de esta organización, en los años setenta. Así rescata, sobre todo, la vida, la alegría, el erotismo y la pasión de la militancia política de una época, en un conjunto de relatos que pueden leerse linealmente, al modo de una novela, o como amenas anécdotas independientes. No obstante el carácter casi coloquial del texto –que contribuye a la proximidad del lector con los personajes–, el autor no pierde oportunidad de volcar fuertes contenidos ético-conceptuales sobre aquel contexto histórico, que aportan al necesario debate sobre los años setenta en la Argentina.

Los Perros



Luis Mattini
Los Perros
Memorias de un combatiente revolucionario
Ediciones Continente

Este libro, de género mixto, recoge las vivencias personales del autor durante el nacimiento y apogeo de la organización armada Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) creado por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en la Argentina, en la década del ’70. Un corte transversal de hechos fundantes, operaciones armadas, protagonistas, militantes, dirigentes, vida clandestina, sueños, realidades, valentías y miedos, odios y amores, que marcaron la vida política de ese período en nuestro país.
El autor se aleja del tratamiento de las cuestiones doctrinarias sobre estrategias y tácticas explicadas por la razón, para acercarse a las razones del corazón, a los deseos que estaban detrás de esos hombres y mujeres en sus circunstancias. Así, rescatando la vida, la alegría y la pasión militante, al lado de jocosas anécdotas que alivian la tensión del dramatismo de la acción armada y del terror represivo, desfilan —vistos a través de la retina del autor-protagonista con humor, amor, ternura, crudeza y hasta desparpajo— desde las desconocidas madres pre-Madres de Plaza de Mayo y militantes de base de peculiares características, pasando por dirigentes como Mario Roberto Santucho y Agustín Tosco, hasta el célebre general cubano Arnaldo Ochoa y el legendario Fidel Castro, despojados de pompas y charreteras.
El texto mantiene una cronología que permite leerlo como una historia lineal; pero también, al ser un conjunto de relatos acerca de personas y situaciones, cada uno de ellos puede leerse como amena narración independiente.

El encantamiento político


Subtítulo: De revolucionarios de los ´70 a rebeldes sociales de hoy

Autor: Luis Mattini

Ediciones Continente

Resumen: ¿Qué tienen en común los piqueteros, que protagonizan destacamentos de avanzada del conflicto social en Argentina, con las organizaciones armadas del ´70?

Esta pregunta es el umbral donde el autor nos aguarda para introducirnos en un libro que es un ensayo y, a la vez, el producto de una apasionada lectura de las prácticas políticas y sociales de nuestro tiempo - de las que él mismo forma parte - y un aporte para los militantes de la nueva radicalidad.

Libro provocador y político por excelencia, de interesante y heterogéneo contenido, que sin abjurar del marxismo revisa y cuestiona viejas prácticas de la izquierda e intenta comprender los mecanismos de dominación actuales, más allá de la estructura económica, y que además propone hipótesis de acción tendientes a la formación de una nueva subjetividad y una nueva praxis que rescate lo mejor del pasado, en el largo camino de nuestra liberación.

El autor mete el bisturí en la llaga más profunda del movimiento popular, poniendo el acento en los distintos "encantamientos" que el capitalismo produce en quienes se proponen, con sinceridad, cambiar el mundo (o su barrio). Y desarrolla la propuesta de retomar la esencia del socialismo primitivo, en el sentido de transformar la sociedad desde abajo, a través de la materialización de la potencia del "poder hacer", pensando con el cuerpo y actuando con pasión y determinación.

La política como subversión



Luis Mattini


Editorial De la Campana

...Con la crisis de la modernidad, con el cuestionamiento al progreso sin límites se abre la posibilidad de replantearnos el comunismo aquí y ahora. Lo revolucionario, lo subversivo, la radicalidad, ya no sería un medio para llegar al comunismo. Es una exigencia, un movimiento creador, un disparador de nuevas iniciativas de relaciones sociales subversivas al sistemaaún en las entrañas del mismo. El fin estará en el medio y a su vez ningún medio será un fin en sí mismo. No se lucha por la libertad futura porque en la misma lucha está la libertad. De ahora en más la lucha carece de la garantía que nos dio el determinismo. Toda lucha es una apuesta y eso nos obliga incluso a revisar los parámetros de "éxito" o "fracaso".
Y el nuevo milenio podrá ser tanto el regreso de la barbarie, una especie de Edad Media altamente tecnologizada o el surgimiento de una nueva y auténtica Ilustración basada en una reconsideración sobre la objetivdad del tiempo y el reencuentro de la razón con los sentidos.

Hombres y Mujeres del PRT-ERP



de Tucumán a la Tablada

Luis Mattini

Editorial: de la Campana

Una insólita construcción subterránea con habitaciones para combatientes, biblioteca y polígono de tiro; una fábrica de subametralladoras en una casa cualquiera de Bs.As.: el supuesto "atentado" contra Balbín y las conversaciones con la UCR; qué fue, cómo funcionó la guerrilla rural en Tucumán...

Anécdotas e interrogantes de la mayor guerrilla marxista de la Argentina, se develan en este libro, entre lo épico y lo documental, narrados por quien fuera su Secretario General desde la muerte de Mario Roberto Santucho hasta su disolución.

Muchos temas desfilan tratados con rigor y detalle por Mattini -el desastre de Monte Chingolo; la caída de Santucho; la relación con Cuba y las diferencias con Fidel; el rico intercambio con el MIR chileno y Tupamaros; las contradictorias relaciones con Montoneros- en un trabajo dedicado no a "saldar cuentas" personales o políticas, o a hacer profesión de fe del arrepentimiento, sino a abrir interrogantes: ¿por qué fuimos derrotados? ¿cómo nos aislamos? ¿por qué la unidad con el peronismo revolucionario no fue posible? ¿por qué esta huella política dio hijos como "La Tablada"?

Y también homenaje a una militancia que tomó las armas para cambiar de raíz la sociedad.

Para cambiar la "sobrevida" por la vida. Un sobreviviente nos la cuenta por ellos, para que nosotros también sigamos vivos.